jueves, 24 de diciembre de 2015

MURALES DECEMBRINOS

Rostro del amor es diciembre con la frenética emoción de sus días. Este último mes del año nos impulsa a buscar la felicidad en lo que de humana tiene y se desafían las cosas terrestres, las hechuras del hombre para buscar un horizonte distinto representado por el nacimiento del Niño Dios, a quien todos cantamos con una gran esperanza. En diciembre se incineran los malos momentos, nos apartamos un poco de nuestras preocupaciones habituales para redefinir nuestra propia vida en la felicidad y en la prosperidad. Desear un feliz año nuevo no es otra cosa que alimentar una esperanza, una vida mejor.

Que este diciembre sea de reencuentro y de fraternidad entre todos los trujillanos. Es nuestro mejor deseo.

CANTOS DE LA NAVIDAD

Siempre por este tiempo final del año llega a nuestras casas pesebres grandes o pequeños pero todos receptores de luces y de adornos brillantes. Como condición para hacerlos real y pascualmente festivos. Las mujeres de la casa, que son las que fabrican siempre la navidad hogareña, sacan de viejas cajas las cosas guardadas desde el año anterior. Así se van redescubriendo, entre otros adornos, las lindas estrellas cubiertas de escarcha. De la destartalada caja de cartón van emergiendo otros típicos juguetes navideños; tenues campanitas, muchos angelitos y muñecos de anime, casi en su totalidad pastores que merodearán en los días pascuales por los alrededores del Nacimiento. La navidad tiene que gustar a todos. No hay fecha más cargada de alegría que esta época final del año cuando desaparecen las privaciones y las calamidades para la celebración efusiva del advenimiento del Niño Dios, redentor del mundo. Por esta consideración, fundamentalmente, nos gusta la navidad, y la celebramos con alborozo y entusiasmo. La humanidad festeja la Natividad. Tiene que ser así para darle sabor del amor a todo cuanto nos rodea. “Cantemos a la Virgen/ con fervor/ y regalemos flores/ a nuestro redentor./ Adoremos al Niño./ Salvador/ Y bendigamos todos/ Tan hermoso primor”.

En el tiempo continúa fluyendo el ideal de la Navidad. La humanidad está sujeta a cambios, de acuerdo; pero algo hay en el fondo de esta tradición que resiste el embate del tiempo, para consolidarse cada año en el espíritu de todos los pueblos del mundo. La alegría contemplativa de la Navidad nos hace ver diferente el entorno festivo que siempre nos envuelve. La navidad es la fiesta del pueblo, que asiste expectante al nacimiento del Niño Dios, que es cosa bella en el canto aguinaldero, primordialmente por ser el hijo de la Virgen, que lo levanta para que de inmediato reciba el alumbramiento de una inmensa estrella. Los recuerdos más amorosos de la vida fluyen en la navidad. En estos días percibimos la alucinación de los buenos tiempos, que nos cubren con su manto de paz y felicidad. La luz de las estrellas que alumbra al Niño Dios, trae hasta nosotros sus reflejos y sus rayos nos bañan. En la Navidad surgen por doquier los mayores deseos amorosos de la humanidad. La Navidad es un sueño del que nunca deberán despertar los pueblos, para de esta manera, evitar conflictos y guerras, que diezman la población y pronostican los días finales de la humanidad. La música de la navidad es un elixir del alma para hacer más felices a los hombres. “Nació el Redentor, nació, nació,/ en humilde cuna, nació, nació,/ para dar al hombre la paz, la paz,/ paz y ternura, ventura y paz”.

La navidad exige del hombre que justifique su existencia sobre la tierra. La navidad exige un hombre lleno de vida interior, que sepa entender su condición afectiva para el anhelo inveterado de la paz y de la concordia, antes que otra consideración de tipo material. La Navidad tiene que ser una época en la que el hombre entienda los postulados del espíritu por encima de todo lo demás. El tiempo de la navidad es una permanente carga de luminosidad. Básicamente la noche que es espléndida, que llena de luz radiante, que es la Nochebuena en la que nace el Salvador del mundo, Emmanuel llamado. Si aprendiéramos el mensaje del canto que nos habla de un Dios cargado de humildad, que se muestra así para que el ser humano también se recubra de humildad, como tiene que ser. Dios humanizado es toda una bondad. De este modo canta el aguinaldo. Y quisiéramos ver al hombre también humanizado, pensando y actuando en función de los demás, antes que de sí mismo. Un individuo cargado de bondad, como requisito esencial para que existan la igualdad y la justicia... “Noche de paz/ noche de amor/ todo duerme en derredor/ sólo vela mirando la faz/ una Virgen que en su amor/ canta tierna al Niño Dios”.

POESÍA DE LA NAVIDAD

Como forma expresiva, la poesía demanda caminos superficiales y profundos y temas que también desandan vertientes exteriores de sencillos planteamientos, así como laberintos aparentemente inaccesibles. En todo caso, su sentido último es la estética del pensamiento propuesta para que el hombre dé rienda suelta a su libertad de creación por medio del lenguaje, o mejor, de la palabra, con la que suele oficiar sus propuestas. Con su palabra el poeta explora los universos infinitos de las posibilidades, material con el que escruta los mundos más diversos y construye sus revelaciones. La poesía es un comportamiento eminentemente interior, recogedor de los estremecimientos; un juego abierto de correspondencias entre el sentir y el ser por medio del lenguaje. Y siempre ha sido así durante las épocas y los años, la armonización de la palabra del código poético va dejando fluir las ideas, como si se dictara una meditación o como si hubiese un repartimiento del pensamiento con el cual decir lo pensado y lo hablado.

En toda circunstancia, se escucha el grito silencioso del verso, el largo hastío del mundo interior, la canción del tiempo inventada en la conciencia con la que se nombran las edades del tiempo que son las mismas edades de la poesía. Las realidades entonces se hacen inmutables, se quedan mudas y guardadas detrás del poema, hasta que llega el instante vital de la resurrección, del minuto al siglo, pues la poesía es capaz de devorar los siglos siendo que es el eterno caos detenido. Así, de pronto, tropezamos por necesidad con propuestas poéticas sobre un tema o asunto determinado, en este caso, con una poética cuyo referente es la Navidad. Y aparece ante nosotros ese código concreto con una extensa fundamentación de pormenores relacionados con esa voz antigua y desnuda como una piedra; la Navidad, y versos narradores de las memorias fúlgidas que hablan del suceso público, todo ello enmarcado por el mágico esplendor de la poesía.

Del ciclo Evangélico, de la Suma Poética, podemos leer un poema de Francisco de Ocaña, titulado Camino de Belén: "Caminad, Esposa, / Virgen Singular, / que los gallos cantan / cerca está el lugar"... "Caminad, Señora, / bien de todo bien, / que antes de una hora / somos en Befen, / y allá muy bien / podréis reposar"... Dos estrofas bastan para hallar ese caracol eterno por el que circula el lenguaje de la poesía navideña; las palabras que responden a un manifiesto repetitivo como un circular estribillo que nos habla del reencuentro con aquella luz del Nacimiento que hace suya la eternidad por el prodigio y la magicidad de la creencia religiosa.

Y de inmediato nos encontramos con otra huella poética que pertenece a Fray Ambrosio de Montesinos. Es un poema titulado en latín In Nativitate Christi. Este es un dialogado entre los personajes involucrados en el suceso del Nacimiento del Niño Dios; poema para ser representado. Dice Fray Ambrosio; "-¿Si dormís, esposo, / de mi más amado / -No; que de tu gloria / estoy desvelado./ Josef. ¿Quién puede dormir, / ¡oh reina del cielo! / viendo ya venir / ángeles en vuelo, / ¿ay!, a te servir, / tendidos por el suelo? / porque sola eres / del cielo traslado. / María, a mi parecer, / esposo leal, / ya quiere nacer / el Rey eterno; / así debe ser, / pues este portal / claro paraíso / se nos ha tomado /.

Las figuras van apareciendo en sucesión que el tiempo no ha podido cambiar, y si la historia de la Navidad es estable o inmutable, lo mismo ocurre con la poesía de la Navidad, que nos presenta personajes y situaciones generacionales detenidas sin posibilidad alguna de agregados ni de desfiguraciones. La poesía navideña tiene el impresionante valor del repetitivo: el tema no cambia sino en leves alteraciones nada más; sólo la inventiva de la palabra es lo novedoso, el esfuerzo poético de proponer elogios y exaltaciones sobre  un conjunto humano que es una sola y definitiva estampa mantenida por siglos.

La poesía no es más, como tal, que "una invención de la palabra" esta palabra en el mundo del escritor se va solidificando, tomando un cuerpo preciso desde la perspectiva del hacer poético, hasta definir un hecho concreto como consecuencia visible u observable de lo que antes fue ficción. Todo poema es la sublime emanación de un acto de creación que se hace con la palabra. Se crea con una palabra mediante un divertimento constructivo que debe su existencia a la mezcla de "figuras mediante procedimientos esenciales", como dice Cohen.

En la poesía, lo propio de la palabra es la libertad de combinaciones. Y así toma cuerpo preciso ese edificio de signos que nos ablandan o endurecen en el momento de la confrontación. Por caso, el soneto Diciembre del poeta parnasiano venezolano Luis Churión, que nos llena de nostalgia y nos altera de angustia por lo que dice: "Oh buen sol de diciembre, hasta mi huerto / nos vienes a mirar hondos estragos, / por si rompen en flor sus jaramagos / la pascua azul de navidad no ha muerto / Hermano de fulgor que rumbo cierto / me da en la estrella de los Reyes Magos, / con un beso tenaz brota en halagos / de mi jardín por entre el muro abierto. / Y ya de que los ciertos otoñales / el ímpetu desflora los rosales / y abate en un temblor los jazmineros, / ella cambia en un bien todos mis daños, / y ante su azul de mis temidos años, / hace un jubilo blanco de corderos". Sí, es que la Navidad cambia la tristeza por la alegría; aún nostálgico su rostro no tiene sino amor de cantos vivos porque la Navidad no es otra cosa que un pequeño cielo que todos formamos para llenarnos de azules el alma.

En todo trance y ambiente, el poeta percibe de una manera especial la Navidad. Le canta tierra arriba, tierra abajo, con su ramaje de versos. Esto sucede porque hay una percepción especial de la fiesta, con un sentido más profundo, porque se siente una necesidad de meditación de la que luego eclosionan los claroscuros de las plegarias. En la aldea, para el poeta, la noche buena es: "La noche, de zafiro, coronada / de trémulos diamantes brilladores; / y la luna -magnolia de esplendores- /surgiendo tras la selva perfumada"... mientras que, en la ciudad, dice el poeta: "La ciudad, bajo el cielo peregrino / de azul perlas, plácida se extiende, / Y Diana a ella taciturna prende / su diáfano cendal alabastrino". / (Gabriel E. Muñoz, poeta venezolano)... La misma historia. Es la efímera circunstancia de la celebración de la que el hombre se posesiona enfebrecido, en la que hay "gente alborozada chocar con copas, cantos vibradores"... y a lo lejos, gentil, llena de flores, / la lugareña ermita iluminada”.

Narra el poeta versificadamente: "En las bohemias copas ríe el vino / en los rostros el júbilo se enciende; / y el áureo son de las campanas hiende, / claro y triunfal, el éter cristalino. / En la suntuosa catedral radiante / piensa el bardo en su fe -cirio expirante- / frente a un altar de gemas y escarlata..."

La poesía de la Navidad es pura y de versos cristalinos. Es una poesía para el elogio y el canto, principalmente, aunque a veces deja escapar ráfagas de crítica. A veces, no va más allá de la simple evocación y de la exaltación poética de un acto de fe y devoción. En todas las épocas las expresiones poéticas de la Navidad son un canto a la vida. La verbalización del poema apunta a esa sensación de amor, de rendición y postración ante un suceso revelador como lo es el nacimiento del Niño Dios. Si él logra algún trascendentalismo, esto viene dado por el elogio, por la constante fe demostrada. Hay aquí un auténtico libre fluir de la conciencia dado por la fe y la creencia religiosa, básicamente... Veamos lo que se plantea en este villancico que pertenece al poeta Rafael Montesinos: "Lloran los Panderos / por la Navidad, / porque en esta tierra / ya no hay caridad /... No de carne, sino / del barro de Adán / (antes de aquel soplo) / bajo su portal, / hay un niño. Llora, / terco en su llorar, / hace veinte siglos / ya / ...Un ángel de tierra... Pide / buena voluntad. / Pero nadie escucha / ya /. Pastores de arcilla / marchan al portal. / Pastores y hombres / unen su cantar, / que de barro vienen / y hacia el barro van, / muerte y sólo barro / ya".

La poesía de la Navidad es sencilla, tiene que serlo. Por lógica, la estructura de este lenguaje no puede obedecer a la rigurosidad de la desviación del código, ni puede pretender (no es necesario hacerlo), una marcada separación del código de la lengua. En esta poesía se tiende mucho a una significación primaria. Es enteramente descriptiva en una escenografía en la que aparecen contados personajes. La poesía, en este caso, vendría a ser entonces, el pesebre hecho con palabras. Aquí no es posible hablar de rupturas ni de inconsecuencias del lenguaje; que, por lo contrario, es más afectivo que intelectual, más atenido a cuadros lógicos y gramaticales, concretado a la propia limitación de los temas y asuntos. Esto es fácilmente perceptible... Del mismo autor Rafael Montesinos, citamos un retablillo de navidad,   que dice: "Pastores, Dios ha nacido / sobre un pesebre, Aleluya. / Pastores, cantad conmigo: / Gloría a Dios en las alturas. / Desde el cielo he traído / mis alas hasta su cuna / Pastores, cantad conmigo: / Gloria a Dios en las alturas.


Ni en la adversidad es triste la Navidad. El hombre, movido por la piedad de la fiesta decembrina, hace un alto en su dolor para trastocarlo por una incontenible alegría que se torna en virtud y fe por la vida... Se tiene la necesidad de no quedarse en el dolor, se abren y vislumbran nuevos caminos de luz, hay una indagación por la esperanza y el desvelo es una apertura a la vida en plenitud. La poesía tiene la virtud de abrir los mecanismos de la fantasía con la que el poeta abre una escisión para dar rienda suelta a su imaginación y escape hacia la libertad. Así lo captamos en este sonetillo de Alfredo Arvelo Larriva, titulado Noche Buena: Dijérase una ilusión. / Es noche de Navidad; / y, mientras que la ciudad / difunde su agitación / en torno a mi soledad, / viene la muchacha y con / ella la felicidad / suprema. Y en la prisión / revivo la libertad, / con una intensa emoción/que pone sueños, bondad, / ternura, en mi corazón; / y en la rugiente pasión / de mis rencores, piedad".

Por el tránsito continuo de los siglos, la poética navideña nos da una visión de conjunto de esta fiesta tradicional. Es como la sustentación de un orden inacabable, de una temática genérica, una misma manera de plantear aquel suceso, símbolo de la cristiandad. La poesía navideña existe en todos los lugares fundida en la propia vocación humana de la exaltación. Es una señal de amor, un constante reflujo de imágenes que se entornan al hecho del Nacimiento de Dios. Esta poesía nos alienta por ser un augurio de fe, una oración de amor reverencial, un canto constante a la glorificación de una fiesta con pleno vigor para los que sentimos y vivimos la alegría de la vida. Y es, porque en la palabra poética, la Navidad también nos llena a todos de una inmensa alegría.

AGUINALDOS

Desde los rituales de nuestros más viejos ancestros se conocen los aguinaldos. Ellos son palabra y música de antiguo. En ellos se desnuda diciembre hecho gozo y esplendor. Palabra musical decembrina siempre, Aguinaldo es un poema de amor que reluce en el tiempo de la pascua.

Nos hablan de las profecías del pueblo, que es quien los compone por medio de la inteligencia creadora del compositor. A los aguinaldos se les pone alas para que viajen por todos los caminos y puedan hacer felices a los humanos, enternecidos con sus decires y sus ritmos sencillos, como este coro dirigido a los dichosos mortales: “Derrama una estrella / divino fulgor: / hermosa doncella / nos da el Salvador”.

Todo aguinaldo es la primera luz que quita las tinieblas al mes de diciembre, por eso amamos tanto estos cantos que son hechos con el ritual de la adoración a Dios por medio de su hijo. Todo aguinaldo es el hallazgo de las alegrías finales del año. Ellos nos dan las últimas horas del año bañadas de canto. Advienen felices y esperanzadores como un códice de luz para anunciarnos la fiesta de la creación, ecos de fríos y alabanzas, repiques de campanas en los templos, y otras menudencias espirituales presentes en la Navidad.

El aguinaldo obra el milagro de detener nuestra luz para querer vivir eternamente con la vista puesta en la historia de la ciudad, de esta ciudad de cada uno de nosotros; villa convertida en campo cuando se sabe florecida con la nota luminosa de la alegre navidad: “Dichosos mortales, / ya brilla en Oriente / la aurora que anuncia / al Dios refulgente”.

A la espléndida noche de la Navidad se abren las puertas del tiempo y las del corazón. En sus días todo es sencillo. Para referirse a un niño, por ejemplo, no puede haber otra cosa que frases sencillas, por eso, las letras de los aguinaldos son estrofas superficiales en la forma y el fondo, pero con un simbolismo que se adentra en el alma colectiva... Todo aguinaldo es una fácil gracia dirigida a la exaltación del Redentor... La noche de la Navidad se despoja totalmente de sombras, y se hace radiante de luz. Es Nochebuena y nace Jesús. Y este niño bueno se levanta reciente en sus orígenes, porque su origen es eterno, y no cesa nunca de pasar el detenido día de su Nacimiento... Nació con los ojos abiertos para mirarlo todo a su alrededor. En él se originaron la promesa y la esperanza. En tal sentido, la estrofa del aguinaldo solicita que todos acudamos a su adoración y que nos vistamos de humildad para ir a su lado, considerando que en esencia todo niño es bondadoso e inspira bondad, mayormente éste que es hijo de Dios, humanizado desde la primera vez que se hizo carne y se descubrió en él la Verdad... El aguinaldo nos trae al niño Dios, y nos lleva hasta él para que nunca esté solo, puesto que el Ungido, por principio, jamás estará solo.

El aguinaldo pide que se den rosas a María, Madre de Dios. Son las flores que se ofrecen en agasajo a quien identifica a la madre por el candor de la pureza y la fidelidad. A la par de la flor se otorga a la Madre un canto sencillo que le habla del hijo y de la fe, que ambos sustancian el concepto universal de la paz. Flor y música es la ofrenda. Es el eco del mensaje navideño a la Madre de Dios, que dio a la luz el hijo en la cuna vegetal del pequeño pesebre donde pernoctó en la noche. El aguinaldo es entonces el amanecer de la música con que se adora. Sencillo lenguaje ofrendoso, fresco como el agua de la fuente o el verdor del musgo montañés que adorna la casa del Elegido. El aguinaldo ofrece a la Señora los loores del agradecimiento, las flores con los colores vivos de los pájaros, los cantos como epopeya inocente de los que se sienten ya protegidos por el Redentor... “Los Ángeles cantan gloria, / sin descanso, noche y día, / para honrar en el pesebre / a Jesús, José y María”.

Y las ovejillas se posan asustadas sobre los filos de las breves montañas, que el tiempo tradicional llena de tupida vegetación, pero que las sabemos primigeniamente despejadas y resbaladizas en la cuenta de la realidad. Cual claridad en la epopeya de la navidad, los pequeños animales dan cuerpo al simbolismo de la pureza que ha de caracterizar al Niño Dios. Las ovejas ornamentan el portal de Belén en toda la inmortal jornada de la Anunciación. En ella está también la vida, la blanca aurora de aquel Infante que vino para quitar las sombras de la humanidad.

De pronto, en la noche profunda, brilla una estrella en el Oriente. Apareció al tiempo de concebirse otra luz: el Niño Jesús... El esplendor es cegante. Es una luz muy especial que anuncia la presencia del Divino Sol, de la auténtica luz de salvación, de la que vino al seguimiento humano como camino de salvación, es decir, la luz que significa Dios, el Dios de los cristianos. Por eso el aguinaldo dice: “Brilla en el Oriente / con gran esplendor / la aurora que anuncia / al Divino Sol”.

Dios lo era todo, lo es todo: lo más alto y absoluto, la justicia, la fe y la redención. Lejano y hondo aparece este canto en la memoria. Es un pozo de melodías en el recuerdo nuestro. Tiene sabor de eternidad, y, justamente, habla de la eternidad del Emmanuel del Mundo, del que nació como Rey y Salvador, para el rescate de la humanidad de las garras de lo malo. Con Dios nada de lo malo existe. El canto así lo proclama: “almas redimidas, / si glorias queréis / la gloría del cielo / venid y veréis”.

La gloria es eso pozo de eternidad feliz que ofrece el Niño Dios a las criaturas que se colocan a su vera. La vida deviene como una permanente adoración que busca la gloria por la eternidad del bien. En Dios está el principio y el final, el eco eterno de la salvación. Por eso redime y rescata. A su lado, en su pesebre eterno debe colocarse el ser humano para que nunca llegue a flotar en la nada del mundo, signo alrededor de esta señal de esperanza que en la Navidad nos viene dado por los cielos y las estrellas, por los tantos pastores que nos muestran su luz para saber llegar, al “Portal sacrosanto / al Pesebre de honor / a esa dulzura inefable / a ese divino esplendor...”.

En el aguinaldo está también la luna. Dios nació una noche en Belén: noche plena de estrellas y de luna, como quiera que se necesitaba mucha luz para enceguecer de admiración al mundo. Aquella noche parecía más bien un sol de mañana abierta, había música y pájaros alrededor. Los aguinaldos describen la historia magnífica del Niño Dios. La gloriosa hazaña de su nacimiento, la inmortal Jornada de su advenimiento en el sencillo portal. “Al claro y sereno/ fulgor de la luna, cuenta la historia/ del Dios humanado/ que brilla en la cuna/ cual astro eternal,/ alzad, oh mortales/ espléndido coro/ al eco vibrante/ de cítara de oro/ cantemos la gloria/ la gloria inmortal”.

Nada hay que supere la sencilla poesía de los aguinaldos; cantos de navidad como planticas musicales sembradas en cada corazón para venir a hablarnos de la presencia del Hijo de Dios; de aquel amanecer humano proveniente de la noche de Belén, nacido en el portal ligero, ingenuo, como si hubiese sido preparado de antemano para el suceso de las cosas más sencillas del universo cristiano: el nacimiento del Niño Jesús... Sencillo, sí, con toda la carga de historia que traería consigo el que sería luz del universo y paz del corazón.

Evocamos a través de los aguinaldos, cantos dulces, prístinos, sencillos. Siempre los aguinaldos llegan a las fibras del alma, a lo profundo del espíritu, como una revelación de amor por tantas cosas que definen nuestra propia biografía. Cantos de pastores escuchados en todos los lares. Las pascuas como palabra y signo de redención. Las tradiciones visten el alma nuestra, la llenan de luces, de colores, de sonidos. Nadie es insensible a la Navidad, a los signos pascuales, a esa concurrencia espiritual tan llena de todas las cosas. Desde Belén se viste la Navidad del mundo. Desde allá viene cantando a la Nochebuena en que nació Jesús el Redentor.

Evocando a través de la música que hace el pueblo mismo, o por medio de los compositores. Qué gran ternura tiene la música de la Navidad, cómo nos anima a todos sin distingos, cuánto nos identifica esta música que suena y resuena por todas partes. Qué inmenso sortilegio tiene la música de la Navidad. Se renueva nuestro espíritu al son de un aguinaldo, de un canto de parranda, de una gaita. Los grupos musicales representan el sentir espiritual de todo pueblo. Ellos ensayan por un tiempo para darle definición plena al lapso de la Navidad y de las Pascuas floridas. Traen en sus cantos todos los signos y las estampas que constituyen la totalidad de la Navidad. Así vemos que hablan de San José, la Virgen y el Niño; hablan de los “Reyes Magos”, de las tierras de Belén y sus alrededores; hablan del pesebre y de los pastores, de las ovejas que pastan en los predios aledaños. Las pascuas navideñas son una porción importante de la biografía del mundo, acaso la parte más sensible y espiritual de la historia de la humanidad, y nadie escapa a su sortilegio, a su significado interior, a su carga de sentimientos y afectos.

En los aguinaldos (hablemos de los aguinaldos venezolanos) se condensa el sentimiento histórico del país por la Navidad. Desde los inicios de la ciudad grande, hasta bajar a lo más interior de los pueblos, los cantos aguinalderos van surgiendo o brotando en todas partes. No hay comarca venezolana que no haya producido un canto de paz decembrino. Y así, muchos autores desde el siglo XVIII (al menos desde esta fecha están recopilados los cantos) “hicieron composición de villancicos para amenizar las Misas de Aguinaldos que en Venezuela se celebran en horas de la madrugada (gratísima tradición que aún se conserva) desde el día 16 hasta el 23 de diciembre, para culminar en la Misa de Gallo, cuyo 'Gloria' se canta al filo de la medianoche, y, luego, por las noches subsecuentes, resonaban en los Nacimientos o Pesebres domésticos, los cuales se mantenían expuestos hasta el 2 de febrero, día festivo de la Candelaria.

Hacia mediados del siglo XIX, el influjo de la Contradanza y de la Danza, bailes de figuraciones elegantes y de técnica muy complicada, surgió la forma definitiva del aguinaldo venezolano, gracias al ingenio de Rafael Izaza y de Ricardo Pérez, quienes son los más notables cultivadores de ese género de composición sacro-profana”.

Es infinita la lista de los cantos navideños venezolanos. La historia los va definiendo representativos de regiones y de autores, no tanto en la escasa dimensión de los siglos anteriores (XVIII y XIX), pero si ahora por la proliferación de la música a escala nacional. Nombres llenos de belleza tradicional podemos citar “Oh, Virgen Pura” de Rafael Izaza, y del mismo autor los aguinaldos “Los Ecos”, “De Contento”, “Venid”, “Oh, Enmanuel”, “Purísima”, “Como el rocío”; del compositor Ricardo Pérez se conoce un aguinaldo muy célebre que no falta en ninguna navidad: “A ti te cantamos”... A ti te cantamos, / preciosa María / y de ti esperamos / Paz y alegría... “Nació el Redentor”, pertenece también a su autoría, lo mismo que “Espléndida noche”.

La lista es larga, y queremos decir que los aguinaldos nos representan como venezolanos de honda sensibilidad espiritual, como hijos y herederos de la pureza de Dios, como poseedores de la mejor identidad cristiana y católica, y como amantes de la paz, a lo largo de esa hermosa historia que se repite cada año hasta la inmensidad de los tiempos, pues jamás cederá esta tradición, acaso la más grande y completa del mundo, que envuelve al hombre y lo carga de una potencialidad interior para divisar y practicar el amor, la confraternidad y la convivencia, entre otras cualidades afectivas.

domingo, 22 de noviembre de 2015

PALABRAS PARA LA SEXTA BIENAL DE LITERATURA “RAMÓN PALOMARES”



“Son símbolos los pájaros, dice Eduardo Moga, los insectos, huéspedes habituales de los poemas, trepidaciones violentas. Muchos poemas aluden a esta disipación cinética, simbolizan la fluctuación y la órbita, el yo y el cosmos, no son sino formas distintas de un mismo latido, jubilosos y desconcertado.”

Y revela Ramón Palomares, en su poema “En el patio”: pues me entretuve entre las flores del patio/ con las cayenas/ gozando con las hojas y los rayos del cielo./ Aquí pongo mi cama y me acuesto/ y me doy un baño de flores./ Y  después saldré a decirles a las culebras/ y a  las gallinas/ y a todos los árboles./ Me estuve sobre las betulias y sobre las tejas/ de rosas/ conversando, cenando, escuchando al viento./ Yo me voy a encontrar un caballo y seremos/ amigos.

La literatura, como vemos, es una perduración del tiempo en el tiempo. Y el arte lo mismo. La literatura tiene una profunda significación humana, todo lo teje y lo desteje. Se junta con el arte, en este caso, y andan juntos hablando del hombre y de lo que éste es capaz de hacer como artista, como creador. Y otros hombres, perdurables también, aparecen para hablar con propiedad de estas cosas de la literatura y el arte. Hacen lenguaje ideológico de la más fina pureza y producen un discurso que trasciende. Por eso, la literatura y el arte: palabra e imagen para el juego de la creación, animan al hombre como proponente y al hombre por igual como destinatario, que ambos se casan en una juntura para la realización que viene del “no ser al ser”, esa cualidad que da Platón a todo acto de creación humana.

La literatura, fenómeno implícitamente humano ha sido ese perenne trajinar del lenguaje por los ámbitos eternos para que el ser viva en la más saludable condición del espíritu, que mire al mundo y sus realidades y lo internalice como una consumación. Ante la palabra creadora y ante la imagen que se detiene perdurable en un cuadro o una estructura trabajada con el ahínco afectivo el hombre se redime y se recoge para el gozo y el placer. Y viene la literatura en un viaje de aventura anímica por todas las vertientes del tiempo, ascendiendo y descendiendo por las órbitas de todos los espacios por los que el hombre vive su recogimiento creador para aventarlo luego hecho lenguaje literario, con realizaciones que iluminan en muy distintas proporciones, jerarquizaciones que van alcanzando lugares cercanos y lejanos, bifurcaciones que van apareciendo buscando humanidad para contar o dejar ver las emanaciones hermosas que fluyen desde un corazón hecho para las floraciones y realizaciones, las afluencias infinitas de los que se llaman artistas o creadores “movidos por una esperanza y girantes en torno a una emoción perenne”, como habló de innovación un día nuestro escritor trujillano Ramón González Paredes.

La literatura que de cerca se aleja o se queda cercana; la literatura desde los ámbitos más diversos universales recibida como una plasmación cultural de un producto necesario también para la vida, como un encantamiento que atrae y da de beber su zumo en la línea de una cultura comunicadora.

La literatura que nos congrega bajo el nombre integrador de Ramón Palomares. Hombre mágico dueño de un hacer poético vivencial sacado de las entrañas de la tierra y que por ancestros amorosos “ha dado vastedad al terruño y lo ha hecho ecuménico”, como asienta gran parte de su producción literaria y de lo que de él se ha dicho como escritor fundamental contemporáneo venezolano. Palomares, el más puro morador de toda la comarca trujillana con vínculos nacidos desde las cosas más sencillas tornadas en imágenes poéticas y por cuya vitalidad creadora todo ese imaginario pasó a formar un orbe, un gran sustantivo, un resplandor que nos conmueve y enamora. Ya lo había anotado Luis Albert Crespo al ver en Palomares siempre el encantamiento: “Gran creador de hechizos verbales que universalizó las voces rurales dándoles una resonancia de primer día de la creación”. Y agrega Crespo: “Algunas vez hubo este diálogo, cuando el día se iba y el poeta regresaba con la palabra a aquellos límites que formaron su asombro definitivo frente al mundo”

Insistir en que asumir una posición es un acto de honda responsabilidad, y es un valor acendrado en ciudadanos de bien. Ellos se imbuyen en esa responsabilidad y ganan tiempo al tiempo para la fabricación de una obra. Hacen memoria y fijan cánones de acción. Hacen examen y proponen como consecuencia, un programa de proyectos múltiples que van irradiando periódicamente un conjunto de acciones concretas que se hacinan y son entonces una memoria trascendente. Corto se hace a veces el tiempo para ciudadanos que son puestos en posición de destino público y trabajan con efectividad y aciertos. Uno de estos ciudadanos es Pedro Ruiz, quien siendo Director de Cultura del estado dispuso la creación de varios programas que han trascendido y son una plenitud.

La obra fundamental de Pedro Ruiz es la Bienal de Literatura “Ramón Palomares”. Esta bienal, ya larga por sus seis ediciones, se mantiene en el tiempo y es enriquecedora, como transforman y robustecen las obras bien pensadas por necesarias y bien armadas, por su importancia, como es una bienal de literatura, si vemos, como en nuestro caso, que la literatura es uno de los bienes patrimoniales más importantes en el devenir histórico contemporáneo de la trujillanía. Ha habido en Trujillo una vasta producción bibliográfica, cientos y cientos de autores y cientos y cientos de libros de todos los temas y materias, como si la inteligencia lúcida de los hombres y mujeres de esta tierra estuviera marcada por el estremecimiento de la palabra escrita. Por su bibliografía, por su literatura, Trujillo amarró para siempre su inmortalidad, la trascendencia cultural nuestra se muestra por la puerta de la literatura, de todos sus quehaceres y satisfaciendo en grande las exigencias más profundas que pide el lenguaje al hombre para que surja las trascendencia.

La Bienal de Literatura Ramón Palomares resplandece en toda su magnitud y eso es muy importante para nosotros. Ella viene a ser una gran vigilia cultural, una animación fulgurante de honda participación. Gravita en torno a ella una realidad literaria viva que hace del estado un gran receptor de escritura, de buena escritura y de oficio literario. La Bienal es sentimiento, es creatividad, es belleza. Es un programa paradigmático que llama a la concurrencia y a un torneo de sana competitividad. Tiene un árbitro moral muy grande, un referente espiritual muy acendrado, un ente inspirador modélico que no es otro que Ramón Palomares. La Bienal entonces, según el sintagma poético de Ramón Ordaz es “un óbolo de amor con sangre de ancestros”.

Esta VI Bienal es un tributo y un reconocimiento a la cultura trujillana, por el homenaje que se hace a algunos de sus nombres más representativos, tanto de la escritura, como de la plástica. De ellos con anterioridad hemos hablado ya, pero lo que se diga sobre ellos no es simple reiteración sino reforzamiento, pues escribió Oscar Gerardo Ramos, colombiano, en La parábola estética de Guillermo Valencia que, “la entonación emotiva, aquilata lo emocional” (…) Y que, “son testimonio de cómo una vivencia en vez de arranque del sentimiento o análisis de raciocinio, puede esculturizarse entre palabras”. Por su parte, Antonio Gundín habló una vez sobre “el retorno de los héroes culturales” que es precisamente eso, la nominación hecha por una conciencia institucional que, a través de un evento significativo hace recordación de aquellos personajes que fijaron rumbos transformadores a su vida, vislumbraron que la vida debe ser un servicio constructivo, una jornada dura en la fabricación de una obra puesta al descubierto para que otros muchos -ad infinitum-, sobre un orbe socializado, las descubran como fuentes vivas de verdaderos nutrientes para el gozo y el placer, y más aún, con una densidad conceptual, fijarse en ellas y sacar de ellas un aprovechamiento en orden también formativo educacional y culturizante.

Seis personajes de este tiempo todos conforman el aura espiritual de esta nueva bienal nacional de Literatura, en su sexta edición, lo que habla de su importancia como programa estable. No es entonces una simple novedad circunstancial, sino tiene el arrojo de la permanencia y la disposición de sus creadores y organizadores por garantizar un suceso de altura, grande en su morfología integral, en proyección a destacar la escritura como un quehacer que rebasa las improntas y la momentaneidad.

Los homenajeados son trujillanos perdurables, a los que el tiempo ensancha los ámbitos de su significancia intelectual. Constructores de obras trascendentes, de lenguajes sólidos, de acentos humanísticos con personalidad sobresaliente. Visionarios de mundos en fortalecimiento que fueron proponiendo con la angustia de un carácter espiritual memorizado. Dueños de una biografía luminosa que sigue dando vida, a través de una pedagogía militante que los ha convertido en seres perennes trascedentes. Así hallamos el ritual de la poesía en uno, el ritual de la conceptualidad ideológica en otro; mientras que otros, ritualizaron una capacidad inspiradora sorprendente por la fuerza de imágenes plásticas diversas, y de un orden moldeador de un maravilloso mundo figurativo concreto.

En el sentido global de los diferentes oficios de este grupo, se palpa eso que Humberto Díaz Casanueva llamó “facilidad jugosa”, una plenitud constructiva con sabor a raíces que, perteneciendo al terrazgo más local, abre luego en metáfora irradiante para aventar el producto de su lenguaje creador a los confines y hacerlo universal.

Retornan entonces en un resplandeciente manojo tributario los héroes culturales que acompañan esta VI Bienal: Salvador Valero, Antonio José Fernández (“El Hombre del Anillo”), Francisco Prada (“El Comandante Arauca”), Antonio Pérez Carmona, Eloísa Torres, Josefa Sulbarán, seres espirituales todos, intangibles, pero ciertos, como una conciencia viva en la colectividades sociales. Y este otro, Ramón Palomares, de corazón palpitante y espíritu bullente; de presencia animada y voz amigable, valores que como constructos, dimensionan el cálido y hermoso largo transitar de su existencia. 

De “corazón purísimo” vio hace años Patricia Guzmán a Palomares: Dijo Guzmán: “Si alguna vez observamos que la manos de Ramón Palomares tiemblan, es porque sujetan un corazón exaltado, que late y late para que no se la vaya la vida. Es el corazón de las palabras. Un corazón que no se deja arrancar sino por seres puros, hechos de agua clara y espirituosa”.

“Poeta grande Palomares, dijo Patricia, tiene la boca llena de flor de eneldo, de yerba. Nos habla pasito, pasito a la oreja del corazón”.

viernes, 20 de noviembre de 2015

MEMORIA Y DESMEMORIA



EXORDIO

La cultura es también una forma de asistencia al hombre. Nutre el espíritu y lo cambia. Muchas veces no comprendemos por qué el individuo se hace reacio a la cultura e inmune a sus rayos benéficos. La evita sin darse cuenta que sin ella no ha vivido el hombre jamás, menos puede vivirse en el mundo de hoy. El de hoy es un universo absolutamente culturizado, impactado por las revelaciones de la inteligencia superior del hombre. Vivimos la era de la cultura, del mundo culturizado a plenitud, en el que las sombras del atraso se están quedando en las fronteras de la nada absoluta. Eso sí, aprovechemos estos bienes culturales para que el ser humano deje de lado tantos dolores espirituales que lo abaten.

EL NICHO DE LA VIRGEN DEL CARMEN

En el nicho de la Virgen del Carmen están las miradas de todos los pobladores de la Calle Arriba. Esta imagen preside la historia comunal del Barrio. Persiste a pesar del cambio de los tiempos y de las virtudes de mucha gente de estos años nuevos, negativa y maculada, porque a esta Virgen la han agredido en varias oportunidades. Aunque quiero decir que nadie de los de antes se atrevió al sacrilegio, aunque si muchos de los de ahora se han atrevido por la falta de valores y la pérdida del sentido religioso de la vida misma. 

¡Virgen del Carmen bendita! Allí estás con el Niño en brazos y el escapulario colgando. Virgen guiadora que a tantos consolaste cuando se acercaron a tu noche, al pie de ese pequeño monumento que te hicieron los fieles, para pedirte favores e implorarte a veces un milagro socorredor de una angustia o una necesidad.

Virgen de la historia. Texto del sentido espiritual de la gente de pueblo, creyente y silenciosa que ora ante tus pies con el imperceptible rezo de los labios cerrados, musitando plegarias, susurrando oraciones para dignificarte en tu valor superior.

Virgen que viene desde hace muchos años mirando desde su altura. Antes más baja cuando el lugar era la Plaza del Carmen, con jardines, y avenidas, y poblada de bancos y de árboles. Esa fue la naturaleza callejera de nuestra niñez. Los predios aledaños a la casa, la de los primeros juegos y la primera noviecita. La Plaza con la estatua de Sancho Briceño. La que originalmente se llamó Plaza Sancho Briceño, pero que el fervor popular prefirió llamar Plaza del Carmen, pues es lógico suponer que lo divino está por encima de lo humano, además de que don Sancho no las traía todas consigo por razones históricas. Pero eso es tema que lo podemos dejar para otra ocasión. 

Lo destacable en esta rememoración es, justamente, el breve elogio a este signo cristiano vinculante del sentido  histórico y tradicional de nuestras familias, que cumplieron la hermosa epopeya de congregarse en torno de este lugar, para orar su destino, para exhortar su temor a Dios, a  través de un simple canto de aleluya, aunque a  veces, la congregación se hizo más bien velorio, y mucho más destacable fueron las misas que los párrocos vecinos “ceremoniaron” delante de este altar, en aquellos días festivos  de mediados de Julio, según recordatorio de la memoria de algunos que todavía tenemos la dicha de recordarlos. 

lunes, 26 de octubre de 2015

SIGNOS DE TRUJILLANÍA EN LA PERSONALIDAD DE JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ



Amables lectores de la página quiero compartir con ustedes el texto de la ponencia que presenté en el Congreso Académico celebrado en Isnotú el viernes 23 de este mes de octubre con motivo de los 151 años del natalicio del doctor José Gregorio Hernández. 

UN EPÍGRAFE PREVIO:
Con el signo Dios podemos construir nuestro mejor mundo. Sacar de ese nombre portentoso la luz para el mejor alumbramiento propio y el de los demás, con una pertinencia de filiación y amistad como si el mundo lo viviéramos para servirlo y, a la vez, servirnos de sus mejores realidades y valores. El signo Dios, la palabra suprema, como sabemos, incluye los mejores conceptos de la conciencia, así como contempla la carga portentosa del humanismo, por ser espiritualidad, fuerza interior, dominio y dirección de los estados afectivos, para abordar las realidades exteriores, el orbe circundante, la espesa comba a que nos enfrentan la sensorialidad y la razón. El signo Dios, camino más bien conducente al descubrimiento de las cosas y de los acontecimientos, como si todo fuese una permanente enseñanza para bien vivir y para bien morir.

UNA SÍNTESIS BIOGRÁFICA ES PRINCIPIO Y ES TOTALIDAD:
En mi función ductora, delante de mis jóvenes estudiantes, me he atrevido a decir que en una sola construcción gramatical oracional simple está subyacente todo el idioma; la lengua materna como cuerpo, una totalidad sobrentendida que la muestra al adentrarse en su corpus. Puedo decir lo mismo entonces, en el sentido de que en una síntesis biográfica pareciera estar también la presencia subyacente de la vida total de una persona, todo su tránsito terreno, la vía de su identidad en la continuidad que se cumple con rasgos individuales y colectivos, la individualidad y sus circunstancias, una amalgama de ingredientes que van constituyéndose en la hechura de la personalidad como signos ineluctables de identidad, en proyección vital ascendente, para luego, con la muerte convertirse en memoria o en recuerdo, palabra dulce ésta que nos debe acompañar para enriquecer las nostalgias, las añoranzas y las evocaciones, y atarnos interiormente a signos también devenidos en familiaridades y ancestros, como instrumentos necesarios para vencer al olvido y a la muerte.
Desde antes, mucho antes, hemos estado leyendo textos breves y extensos sobre la vida y obra de José Gregorio Hernández: un año, tres años, una década, varias décadas, sustentan la escritura sobre este hombre cargado de ciudadanía. En los primeros tiempos textos breves para biografiarlo; más tarde vinieron extendiéndose otros textos más densos hasta la profundidad, que en el tiempo y en el espacio de la venezolanidad, y en otros espacios exteriores también, se han edificado con palabras para dejar constancia de su función humana como hombre comprometido con la vida en el tiempo total de su existencia física. Y digo que hay una totalidad vital ya sintetizada en los rasgos biográficos que lo definen, cuando leemos su origen geográfico y familiar. Y al decir que nació en Isnotú, de Betijoque, estos dos nombres se muestran como signos de identidad para una pertenencia biográfica: El suelo que titula y da consistencia, por ser territorio definido. Ya decía Don Andrés Bello que “la naturaleza da una sola patria”. Y hablaba Briceño Iragorry de “suelo y hombre”, al manifestar que “la patria es el suelo en que se nace”. De por sí hay un valor allí, un signo inequívoco de identidad y de memoria. La trujillanía de José Gregorio no es un simple logo, es un sentimiento, una simbología de sano orgullo.
Del concepto geográfico pasamos al concepto familiar, los ancestros familiares devienen con igual intensidad y fijan rasgos que se hacen huellas quedadas, como decir la eternidad de los nombres de sus padres Benigno y Josefa; de los apellidos Hernández Manzaneda – Cisneros Mansilla; identitaros todos, como siembra creadora y recreadora en el espacio vivencial desde hace más de un siglo hasta la posteridad seguramente.
Y al continuar leyendo su breve biografía, van apareciendo otros muchos sintagmas constructivos de una figura humana en proceso de desarrollo vital entre dos siglos: el verbo indicador es el encargado de la construcción de las partes de un gran cuadro, de las imágenes concurrentes en la dimensión de una obra; lo cuantitativo y en mayor grado de importancia, lo cualitativo van configurando una personalidad específica que se va abriendo, se va nutriendo y enriqueciendo, se va haciendo disciplina, seriedad, compromiso, valor: “un valor arcano casi religioso”, como escribió el poeta.
Y están los signos de identidad en la pequeña biografía que uno lo va leyendo con fruición e interés marcado: los moradores de la casa y de la escuela; lugares y caminos; el legajo de luces y de sombras que perfilan una cronología tejida en los ámbitos del tiempo que lo va curtiendo todo y que viene hasta nosotros, sea en el pasado para los que ya vivieron, el presente para los que vivimos y el futuro para los que vivirán esta historia concreta de un ciudadano llamado José Gregorio Hernández: escrito y descrito mil veces, y vuelo a escribir, como “símbolo de la abnegación, del bien y de la recia envergadura capaz de mantenerse en el universo fundamental de las cosas que trascienden definitivamente”, como anotó uno de sus biógrafos hace años (Revista Tráfico).
Y hay biografía y existe identidad subyacente en la vertiente de la palabra poética usada para una resurrección: dice Sánchez Peláez: Se abre/ gran brisa de los árboles/ escuchas la palabra/ sin sentido/ regrese a nosotros la dicha/ memoria mía/ no extravíes/ la estación final/ la angustiosa cosecha/ recuerdos/ el encantado jardín/ murmuraba/ nuestra familia/ continuaba la niñez/ un punto de apoyo/ exclamo ahora/ dilapidar/ el cántaro de semillas/ con ayuda del tiempo/ bajo la lluvia.

UN PERSONAJE QUE MARCA:
Hay personajes que marcan. De los que podemos decir..."Su vida la entendió..." Al pronunciar este sintagma, ya uno sabe que fue una persona meritoria, un alto espíritu, un robusto carácter y otras aposiciones calificadoras. Personas que marcaron una huella de luz. No en balde podemos decir de José Gregorio Hernández esto y muchas cosas más...Él desde su existencia por siempre ha marcado una huella de luz, es una luz en plenitud.
Es un personaje histórico para la historia total/ personaje múltiple desde todas las miradas/, ¡cómo miró su propia plenitud!. Lo vemos por fuera en distintas imágenes que se las ha ido construyendo el tiempo. Pero, lo más importante lo vemos por dentro, en el campo infinito de su pensamiento, de "los valores espirituales que elevan y ennoblecen su calidad de hombre".
Cubrió el doctor Hernández un magisterio de servicio. Por eso marca; por eso podemos decir: su vida la entendió. Su obra total, vasta obra total, estuvo cargada de un servicio humano creador. De ahí su permanencia para la ciencia y la virtud. Para la ciencia si lo vemos como un médico de una gran proyección. Para la virtud si lo vemos con esa aureola de santidad que se la ha ido proyectando el tiempo: un siglo y un siglo total y éste naciente todavía, que le viene dando el virtuoso portento de la santidad, la que sabemos está cercana ya. La esperada gloriación de José Gregorio se vislumbra como uno de los mayores triunfos de la venezolanidad espiritual. Él va a cubrir los espacios sagrados de la venezolanidad, sin duda alguna, porque nació y vivió predestinado para esa santidad, para ese hecho grande en la esperanza hasta ahora, en la certidumbre dentro de poco tiempo.
Uno se encuentra en la cotidianidad con José Gregorio, lo tropieza en cada parte, en muchos escenarios. Es una figura social de múltiples representaciones icónicas. Su estampa multifuncional está en todas direcciones y en todas posiciones, entre el blanco y el negro, no para diferenciarlo sino para significarlo en su condición de hombre de ciencia y de hombre humanista: lo blanco la ciencia; lo negro lo académico que ambas condiciones las asumió y en ambas desbordó las virtudes de Dios, como vamos a ver.
José Gregorio es un personaje que llena y por eso tiene trascendencia en plenitud. Es una lección de vida por donde se le mire y se le estudie. Con él uno se llena de una gran conciencia humana. Su lección lo hace entender a uno la vida, lo que es la vida como un gran conjunto exterior, física; e interior, psicológica: los dos mundos del hombre entendidos y practicados con la fuerza de un convencido de que la existencia es un contenido que Dios provee para querer y ser, no de los que quisieran sino de los que quieren, duros para asumir los riesgos y blandos para enseñar las bondades.
José Gregorio entendió la esencia del ser humano, profundizó en sí mismo por lo que dio un inmenso soporte a lo que es vivir, fundamentalmente desde la perspectiva espiritual. En él no sólo se visualiza el individuo cargado de profundos conocimientos científicos, sino más bien esa fortaleza interior, ese acervo moral que ayuda a conceptualizarlo como una conciencia ética y un paradigma de los valores humanos integrales. Hernández, como otros ciudadanos de excepción, logró esculpir durante su vida física una gran obra en el muro del tiempo, y esa obra propicia lleva a las generaciones de los otros tiempos que lo han sucedido, a presentarlo como un ciudadano modélico y apropiado, digno de, “ocupar un puesto en el altar de los santos, ese premio que le vale de corona, de premio definitivo".
Guía de ascensión que enseña a los demás, es para nosotros una cosmovisión cristiana, enseña el amor, enseña la familia. Sobran los argumentos para estas aseveraciones. Se lee su biografía, y se descubre un rumbo de vida.

SIGNOS DE TRUJILLANÍA 
La identidad trujillana son los signos que nos ponen histórica, biográfica y culturalmente en consonancia con la realidad física y espiritual de nuestros pueblos. La temática de la identidad se viene afirmando con los años. En uno u otro sentido, debemos un conocimiento y acercamiento a personajes, manifestaciones y elementos que sirven para identificarnos, y nos dan valores, una valoración múltiple, como personas que pertenecemos a una entidad concreta; nos vinculan, nos atan, nos brindan memoria y nos nutren culturalmente.
La identidad no es una frase hecha, no es un eslogan ni concepto vacío. Somos los trujillanos, como lo sostienen historiadores y otros escritores, un pueblo de una gran fortaleza; arraigados por hechos y manifestaciones, provenientes de ancestros, tradiciones y costumbres  mantenidos por las generaciones. La identidad regional y local no constituye hechos circunstanciales ni de falsa invención, es una realidad sustentada en lo hecho por el hombre en el correr de los años; por los hombres activos y expresivos, comprometidos, de valores arraigados, arriesgados en la búsqueda del ser, cargados de creencias y de prácticas hechas realidades concretas para el beneficio de sí mismos y de las colectividades. Nos sostenemos en Briceño Iragorry: gran definidor de identidad. Dijo: “Sin tradición una colectividad no cuaja en pueblo (…) la sociedad es un valor humano (…) un valor conceptual”. Dijo con acierto: “la historia de un pueblo son sus hombres y sus símbolos (…) en constante función de producir nuevos valores (…) la historia es un proceso de formación de valores que tiene un eco constante en las voces de los hombres actuales”. Y aun dijo más: “Función de historia es mantener viva la memoria de los valores que sirven de vértebras al edificio social”. De aquí nomás podemos sostenernos para hablar de José Gregorio Hernández como un signo de identidad, como un valor múltiple, sentimiento humano que estremece con fuerza un auténtico concepto de trujillanía.
José Gregorio es un valor de identidad trujillana, porque es usual entre nosotros nombrarlo, verlo, tratarlo como un poblador más. Está en la esencia de nuestra vida cotidiana y eso lo marca como elemento o constituyente identitario. Es un personaje usual en todas las comunidades citadinas y rurales, por igual aflora en el diarismo. José Gregorio adviene así como sujeto de identidad en lo conceptual, en lo ideológico y hasta en el uso coloquial del vocablo. Él es común a nosotros, es indivisible entre nosotros. “Es inconfundible como sujeto de unicidad”. José Gregorio (uso el nombre solamente como tratamiento afectivo, porque es un sentimiento, una emoción, un placer, un gozo). Refiero así la humildad como un valor arraigado. Se nos dio como destino histórico, y crecientemente en la historia lo hemos ido adquiriendo como elemento modélico para todos los estratos sociales al unísono. Está en las personas que transitan y en las que permanecen en reposo; está en la calle y en las instituciones, está en los periódicos desde la misma tercera década del siglo XX. Y en todo este largo proceso e ideal de movilización social que, lamentablemente no ha cristalizado; anhelo que no sea otro que comenzar a verlo y visitarlo en las iglesias y en los templos, en todas y cada una de las iglesias católicas, desde las capillitas hasta las catedrales, en pueblos, ciudades y países, como un santo colectivo universal. Cito una frase y añado otra. Cito: “La enseñanza vive del diálogo”; agrego: la esperanza vive del diálogo. Enseñar lo podemos emplear como un valor fundamental en una doble perspectiva respecto de José Gregorio: que él nos enseñe como ciertamente hace su biografía total, y que nosotros enseñemos o sigamos enseñando sobre José Gregorio, para mantenerlo y profundizarlo como paradigma, un norte erguido de moral conductual y de eticidad practicante, para entresacar constantes productos positivos de su personalidad, que es el precio-valor de su significado como persona humana trascendente.
Se sostiene que la identidad “es el instinto de seguridad que se convierte en deontología de unidad, en mecanismo de abnegación”. Este constructo definitorio lleva a comprender que la identidad es una fuerza que se nos provee por medio del conocimiento de hechos sustantivos, afincados también en los modelos de expresión, en formas de conductas rectas conducentes al bien, a lo positivo, a lo que conviene hacer, formas de proceder que garantizan rumbos ciertos y relaciones limpias con uno mismo y con los demás. Entonces pienso y sostengo que enfrentarse al conocimiento integral de la biografía del Dr. Hernández nos da la posibilidad o la seguridad, diría, de crecer en valores y en signos de auténtica identidad, con lo que postula el bien y las buenas costumbres, o más técnica y formalmente hablando, en la adquisición de ciudadanía. El agregado a la cita hecha con anterioridad, que me permitió suplantar la palabra enseñanza por esperanza, viene siendo desde muchísimo tiempo atrás la palabra que dinamiza la acción social en torno a la figura del doctor Hernández; el motor o la pieza clave de esta lucha se ha convertido en lección de eterna pedagogía culturizada, obra secular que nombra, conmueve y compromete una gran cosmovisión cristiana en torno a la santidad de un hombre de probadas y comprobadas cualidades de personalidad, para hacerse acreedor al premio de los justos de la santidad, ante nosotros, ante la vida, el ciudadano en mención es iglesia ya, poblador representativo de la casa de Dios, contertulio para la plática de un devocionario, y signo de identidad inmaculado en la praxis identitaria que tiene el pueblo con la sagrada religión. Y José Gregorio, en relación muy limpia y trascendente, se afinca cada vez con una fuerza natural y necesaria en el corazón de la plebe como un sentimiento de amor popular.
Afianzándonos en los pormenores que configuran el concepto de identidad, tomando como referentes teóricos a autores como Villoro, indicamos que, “las identidades colectivas son representaciones intersubjetivas (no entidades metafísicas), realidades intersubjetivas compartidas por los individuos de una misma colectividad. Estas identidades están constituidas por creencias, actitudes y comportamientos que son comunicados a cada miembro del grupo por su pertenencia a él (…) una manera de sentir, comprender y actuar en el mundo y en formas de vida compartidas, que se expresan en instituciones, comportamientos regulados, artefactos, objetos artísticos, conocimientos compartidos; en definitiva, lo que entendemos por cultura. Este anterior concepto nos remite a la posibilidad de múltiples interpretaciones y conexiones con la biografía del Dr. Hernández, refractan en su figura histórica varios de los enunciados sustentados por Villoro, porque Hernández para nuestro colectivo es identidad, representación, subjetividad, realidad como fuente inducente a creencias, actitudes y comportamientos de indubitables prácticas y en constante cotidianidad.
José Gregorio tiene el ganado mérito de reconocimiento social. En él confluyen el individuo y el grupo; la familia y el estado, es decir, todo el organismo social. Él promueve una identidad que no es perentoria sino estable; no parcial sino total; genésica más bien, por estar considerado globalmente como una conciencia social.

EL TIEMPO, ELEMENTO PRESERVATIVO
El tiempo tiene entre sus objetivos guardar los testimonios del hombre, de lo que hace el hombre en su actuación social, y de lo que dice el hombre o refiere de lo realizado por el otro. El tiempo trujillano conjuga en su tránsito las acciones de José Gregorio Hernández en la vida; pero, fundamentalmente, su biografía inmortal, las expresiones que se escribieron año tras año, lapso tras lapso, luego de su desaparición física. Pequeños y grandes momentos de identidad los ha ido refiriendo y guardando el tiempo entre José Gregorio y la trujillanía. Pequeñas y grandes expresiones vivenciales dichas por ciudadanos en función privada o pública, como un documentario enriquecedor del nombre y la obra del gran ciudadano. Así podemos sentir un acercamiento vivencial por intermedio de la escritura de autores que, en su momento, fueron encargados de documentar aspectos de su biografía o actuación, o que, motu propio, quisieron elogiar aspectos resaltantes de su personalidad. Lo cierto es que aquella escritura en su transcurrir contiene aspectos interesantes respecto de José Gregorio en su identidad trujillana, realizaciones y valores caracterizadores, una verdadera razón ética que afinca esa trujillanía y una razón de pertenencia, como sana rendición de cuentas que lo hace mantener como un ente patrimonial regional intangible y pleno de contenidos espirituales y comprometedores que enseñan vivamente su trascendencia de hombre en autenticidad.
El tiempo de José Gregorio es un valor de trujillanía. Sus momentos del pasado, del presente, del futuro, si medimos la condición cronológica, es una transcurrencia que lo muestra en plenitud: las diversas y multifacéticas acciones cumplidas en vida, la acción perfectiva, la tomamos entonces para la fabricación de una grande biografía que lo muestra en toda su plenitud vivencial y lo trae directamente hasta nosotros para que, en conjunción activa, lo mostremos y testimoniemos cual paradigma de bien, y en proyección también, lo convirtamos en una esperanza viva, en un ideario por hacer, en una fructificación por lograr en el futuro.
Con testimonios vivos de tiempos pasados vemos esa confesión de exaltación y de fidelidad para con la persona trascendente del Dr. Hernández. El contenido de los homenajes del tiempo, los testimonios rendidos, las palabras ofrendadas resaltativas de su vida y obra, la particular predilección sentida por hombres de las más disímiles ideologías y prácticas por su personalidad, la fuerza con que instituciones, organizaciones colectivas, tanto en lo oficial como en lo privado, han dejado aflorar en momentos concretos de su ya extensa historia, las entregas líricas que poetas han sacado de su numen creativo, las prosas diversas de formas sencillas y fecundas escritas sobre su nombre, las convivencias familiares hechas para celebrarlo, las sensaciones y la armonías latentes en tantos horizontes distintos, todo ello, en el fondo, indicios y prácticas sensorias de valoraciones integrales, que siendo dirigidas a tan significativo personaje, se constituyen en valores que el tiempo afinca y graba y quedan entonces como aliento y sugestión para que nuevos hombres en nuevos tiempos busquen en José Gregorio un valor humano a adquirir y a seguir, como modelización o forma de vida o conciencia lúcida. Parafraseo y digo: “a aquel que ante todo y por sobre todas las cosas busca aliento de vida en la biografía de los hombres virtuosos, todo lo demás le será dado por añadidura”.
Cito para corroborar lo dicho, palabras ya muy viejas, añosas, pero de una actualidad inquebrantable: “…pero, ¿Quién era el doctor José Gregorio Hernández? Era el cristianismo en acción: un hombre de espíritu universal, de honda sapiencia, de carácter bondadoso, que se daba por entero al servicio del prójimo, sin reservas de ninguna naturaleza: era el tipo de sabio chapado a la antigua cuando los sabios eran apóstoles del conocimiento, cuando la ciencia y el lucro no se correspondían, el doctor José Gregorio Hernández dejó tras sí un luminoso ejemplo de humanitarismo…” Diego Godoy Troconis (Presente – Tomo III, p 155)
Este autor, Godoy Troconis, aplicó a José Gregorio el uso de una praxis, interesante si se quiere, la de “socialismo espiritual” ¿Qué podrá ser “socialismo espiritual”?...
Y dijo más: “hombres como esos están llamados a vivir siempre en el corazón de su pueblo, como símbolo de bondad y de comprensión…” y dijo algo que llama la atención, que es un reclamo por lo inaudito, por lo increíble; dijo: “lo han elegido hasta la dignidad del culto en algunos altares humildes”. Quiso decir que ya era considerado santo, si no de los altares, lo proponía la fe popular para la santidad en los altares hogareños. Esto en 1944, y, setenta años después, se continúa en esta justa petición con el mismo clamor, con la misma esperanza, quizás hasta el cansancio.
Y dijo, otro trujillano, esta vez discípulo suyo en la universidad. Dijo Cifuentes Labastida: “fue un justo José Gregorio Hernández. Para todos tuvo siempre a toda hora su invariable serenidad y su dulzura…”

LA ASCENSIÓN A LA LUZ POR MEDIO DE VALORES 
La práctica de los valores es un medio expedito para ascender a la luz. José Gregorio visto por una pléyade de escritores trujillanos y no trujillanos de todos los tiempos, deviene valores sustantivos y signos de identidad. Tan así, que su persona condensa una escala de valores, un catálogo de valores; muestrario permanente que es lo que ha permitido lumínicamente ofrecer su “calidad de hombre para la elevación y el ennoblecimiento, devenidos también en santificación”.
En tanto, su vida, su esplendorosa vida útil y de ejemplo útil, se propone para el estudio y la discusión; abordarlo con fines de conocimiento, de aprendizaje, de eticidad y ciudadanía. Cité antes un sintagma expresivo: “la enseñanza vive del diálogo”. Este hombre de vida heroica y santa es un modelo de enseñanza. “Enseñanza en valores” cual tituló Pérez Esclarin. Brens, por su parte, lo afirmó: “los valores espirituales elevan y ennoblecen nuestra calidad de hombres. Descubren un mundo nuevo: la verdad, la belleza, la bondad, el respeto, el decoro, la gratitud, la disponibilidad, el amor, el perdón, la amabilidad, la honradez, la libertad, la justicia, la sabiduría, la fraternidad…” en ascenso siempre para la admiración, contemplativa pudiera ser, pero aún mejor, para la práctica constante como manera de crecer.
Mientras tanto, antes de la justa elevación. ¿Qué hacer con José Gregorio Hernández? Me atrevo a proponer que lo hagamos diálogo, conversación, que nos sirva para comunicarnos, para aprender a educarnos.
Concluyo con una cita de Monseñor Mario Moronta, que viene al caso con el título de esta ponencia. Dijo el obispo: “los valores son la expresión de algo que el hombre tiene que vivir internamente y que, asumiéndolos como elementos teóricos, se materializan con la conducta”.