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domingo, 23 de abril de 2017

SOBRE EL SANTO SEPULCRO DE LA CHIQUINQUIRÁ (y II)

La historia menuda de la ciudad de Trujillo no ha sido otra cosa en el tiempo que una gran conexión familiar, un encuentro de intereses y preocupaciones familiares por dar  vida a las tradiciones por medio de actividades encaminadas  a mantener y actualizar hechos y circunstancias vivenciales. Son nexos familiares y conexiones derivadas de  los nudos históricos que aparecen cuando se trata de acometer una tarea de vinculación entre el presente y el pasado. Y siempre ocurre lo mismo, como podemos ver en el caso de la historia del Santo Sepulcro de la Iglesia de Chiquinquirá. Y a la luz de la verdad es, ha sido el grupo familiar, el que ha procurado y conseguido cosas para las instituciones citadinas, esencialmente para las iglesias, tanto así que de proponerse un inventario histórico de su contenido con respecto a las imágenes, pues todas ellas han provenido  directa o indirectamente de la acción familiar como es comprobable si se investiga en periódicos, memorias y otros documentos testimoniales.

En una recopilación mía sobre la iglesia en la ciudad, en lo que respecta al Santo Sepulcro, pregunté: ¿Y lo del Santo Sepulcro?, para responder: “Esta historia es interesante y tiene un matiz de rareza por los testimonios. Algunos sostienen que el Santo Sepulcro vino inicialmente para la santa Iglesia Matriz (no es cierto). Sépase que según fuentes periodísticas la iglesia Matriz fue consagrada Catedral en aquel año de 1912 –en septiembre-, en el homenaje al padre Estanislao Carrillo. Y  por tal acontecimiento se la dotó de imágenes y ornamentos, quizás el más resaltante, fue un santo Nazareno que permanece en ella. Joaquín Delgado dice: “Cinco Capillas lucen la incomparable belleza de esas imágenes a todo lo largo de sus naves laterales. El Bautisterio, pintura de otro artista italiano, Don Luis Fontana, quien fue llamado para decorar al óleo aquel templo. El Nazareno, obra maestra que tiene sus símiles con la imagen del Nazareno de San Pablo en Caracas, donada al templo por Don Juan Bautista Carrillo Guerra y Otros…”

Es cierto, que el Santo Sepulcro  fue traído a Trujillo directamente para la iglesia de Chiquinquirá. Testimonios  fehacientes como los de las familias Carrillo Braschi y Urdaneta Braschi, sostienen que efectivamente el Santo Sepulcro llegó a Trujillo en los meses finales de 1912,o principios de 1913,  donado por Juan Vicente Gómez  para la iglesia de la Chiquinquirá, pues su principal animadora  por muchos años  fue la señora María Braschi de Iragorry, y su esposo Don Andrés Iragorry, ciudadano de prestigio en aquel tiempo, quien  encabezó la  petición que fue correspondida por el mandatario nacional. La señora María vivió siempre en la calle Independencia  entre las esquinas de los Carrillo y esquina de los Durán; lugar que corresponde  hoy,  entre el Viejo Almacén Maldonado y la  Casa del Pueblo. Y cuentan que en sus últimos  años de vida la noble dama esperaba la bajada de la procesión en el frente de su casa, y  allí hacía una parada el cortejo para que ella besara a Jesús yacente en  la urna del Santo Entierro, que luego proseguía hasta la casona de la esquina, abajo. Y Aquí, en la esquina Carrillo, se encontraba con la sagrada imagen de La Dolorosa y la marcha procesional  continuaba su lento caminar  hasta la Iglesia Matriz.

Si se escudriña bien la historia  de estas dos iglesias principales de la ciudad, se conocerá que hubo lapsos  intermitentes  en que el Santo Sepulcro pernoctó en la iglesia Matriz. En la década del cuarenta, siendo párroco el padre Juan de Dios Andrade, hubo la reparación total de la iglesia de Chiquinquirá, y los santos y ornamentos hubieron de ser repartidos. El Santo Sepulcro estuvo un tiempo en Matriz hasta que fue regresado. Luego, con motivo de la construcción del nuevo templo, fue llevada la santa imagen al templo principal, para regresar nuevamente a su parroquia chiquinquirense.

Los vínculos, nexos familiares, repito,  han sido los grandes propiciadores de las donaciones que han tenido nuestros templos  citadinos aquí en Trujillo. Los más representativos, Juan Bautista Carrillo Guerra entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, luego las generosas hermanas Carrillo Márquez - Carrillo Guerra, que se cansaron de donar durante la primera mitad del siglo XX, entre otras donaciones, la Casa Hogar Monseñor Carrillo, los primeros terrenos para la construcción del Seminario, la Capilla del Colegio Santa Ana,  hoy Auditorio de la Casa de Carmona del NURR.  Y el más generoso mecenas trujillano, Jesús María Lozada, quien se propuso dotar de testimonios artístico-religiosos a la ciudad y a más allá, si vemos que fue el donante del sevillano Santo Sepulcro de Pampanito. Lozada, de larga residencia en Caracas, cada vez que venía a Trujillo a reencontrarse con familiares y relacionados, traía consigo lámparas, imágenes, cuadros y otros objetos artísticos  que lo mantuvieron representado  en la iglesia Matriz  y el Country Club “24 de Julio”, institución social ésta  a la que donó la inmensa lámpara que adorna su cúpula principal, y una serie de lámparas y otros artefactos ornamentales de menor tamaño para todos los espacios del edificio, lo mismo que a la iglesia parroquial de Santa Rosa, cuya lámpara principal la dejaron caer en el momento de su instalación, y Lozada, en un gran gesto de desprendimiento,  la sustituyó por otra de la misma calidad. Otro caso resaltante lo constituye la serie de imágenes del Viacrucis (1942), que vemos en las paredes de la iglesia Catedral, una donación familiar llegada desde El Canadá por intermediación del padre Vicente Valera Márquez.

El fenómeno religioso es luz, tiene que ver mucho con la luz. Por eso la iglesia es un hogar, porque hogar, dice el diccionario, es sitio donde se enciende la lumbre. Y la iglesia católica en Trujillo ha sido históricamente ese hogar familiar y ese parentesco que nos ha unido como una sola hermandad;  parentesco  humano-espiritual afectivo que se  aparece cada vez que miramos el ayer histórico para tratar de conocer nuestro destino como comunidad  viva y comprometida.

jueves, 13 de abril de 2017

SOBRE EL SANTO SEPULCRO DE CHIQUINQUIRÁ (I)

Los que somos de la parroquia, primordialmente,  y los de la ciudad también, en Trujillo, por esta época de Semana Santa, sentimos identidad con las imágenes de nuestras iglesias, esencialmente con el Santo Sepulcro, en la Chiquinquirá y con la Dolorosa en la santa iglesia Catedral. Al rememorar aparecen en la mente ambas imágenes sagradas, se hacen cuadros vivientes que nos parecieran presenciar en su desplazamiento por las calles, el Viernes Santo, en su recorrido de subida hasta los predios del colegio de las monjas, al principio de Carmona, y  de bajada, hasta la iglesia matriz.  Pero antes  de llegar al templo principal  se encontraba Jesús yacente con la Madre, en la esquina de “Almacenes Maldonado”, recuerdo, en el límite de las dos parroquias centrales de la ciudad. Y la muchedumbre de fieles apesadumbrados, y las ruidosas “matracas”, que desde el día anterior, jueves, sustituían las campanas, porque no se podía repicar, aunque las matracas eran también un repique ruidoso hasta el estruendo, y producían temor en los niños de lo cual fuimos testigos, pues fuimos niños temerosos en aquellos años ya distantes, en los que nuestros padres sostenían con firmeza y fe un catolicismo practicante y auténtico que nos sirvió de ejemplo moral, o más, de adquisición en el afianzamiento de valores, a nuestra condición espiritual creyente.

La Semana Mayor, que no llegamos a entender este sintagma tan conmemorado , sino mucho tiempo después, como proceso fundamental  en la instauración de las prácticas fundacionales de la iglesia, renovación  anual de antiguas tradiciones, de tanto sabor histórico y litúrgico(…) de los santos días de cuaresma, “Los más grandes misterios  de nuestra redención, es decir, la pasión, la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, fueron celebrados cada año por la santa madre iglesia, desde la época apostólica, con una solemnidad muy singular. Se conmemoraron ante todo los momentos más salientes en un especial triduo, llamado de: Cristo Crucificado, Sepultado y Resucitado”.

Estábamos lejos de entender esa disposición conmemorativa. Solamente asistimos como testigos mudos de aquella procesión monumental, plena de un aura musical que interpretó por años la Banda “Sucre” del Estado, con piezas del repertorio clásico religioso venezolano, muy hermosas también, pero que pasaron años antes de saber que eran el “Popule Meus” de José Angel Lamas, y la “Marcha Fúnebre” de Selle, composiciones  gravitando en la memoria recordatoria de una época local repetida año tras año antes, pero que desapareció en su esplendor musical cultural, una vez que advinieron los tiempos en que la organización musical oficial del Estado se hizo mayormente académica y profesional. De todas maneras, en la recordación, la acción participativa quedó como aura afectiva en la definición del contexto diacrónico en que se pueda inventariar el pasado socio-cultural de esta ciudad de Trujillo.

Un sabor de reminiscencia aparece en nosotros en cada Semana santa, de una época en que la ciudad se refugiaba alrededor de la iglesia  para dar cuenta de su vida cristiana, de una especial dignidad salida de la familia entera, porque no eran solamente los padres los que se dirigían al templo con singular recogimiento, sino  los más jóvenes también: escolares, por demás, que recibíamos una lección ritual en la escuela, como ejercicios de devoción inculcados por sanas preceptoras, pues tuvimos maestras en casi todos los grados de la primaria, que se interesaban en darnos esa práctica cristiana, esa breve liturgia que la cumplíamos en la pequeña dimensión de nuestra edad, sin llegar a entender ni un poco de su inmenso significado.


La ciudad de Trujillo ha ahondado en el tiempo su vocación religiosa. Esta conducta espiritual le señala una condición de identidad. Le ha prodigado memoria histórica y biografía imperecedera. Lo religioso entre nosotros se exhibe como un contenido fundacional, que el tiempo ha mantenido para conocimiento y práctica de las generaciones. Es lógico pensar que los tiempos cambian y se van actualizando por las contingencias que impone la misma dinámica social. Pero, al nombrar lo pasado, desearíamos  que   esos hechos propicios no sólo los viéramos  referentes de recuerdos,  como cuadros inexpresivos, sino antes más bien, como ensayos históricos que den pie para recobrar  fuerzas morales   vencidas por el tiempo, pero  rescatables y puestas  de cimiento a otras fuerzas nacientes,  para un fortalecimiento de la conciencia social tan decaída y vulnerada  en este tiempo crítico que estamos viviendo los venezolanos.