jueves, 18 de junio de 2015

DORA MALDONADO, UNA MUJER ANTE EL TIEMPO



La página rinde homenaje a la doctora Dora Maldonado Mancera, una de las mujeres más importantes de la trujillanidad contemporánea, poseedora de una biografía llena de valores intelectuales y éticos, cuya actuación como gobernadora del estado la hizo trascendente en identidad y memoria por su obra perdurable.
 
La historia es la biografía de los grandes seres humanos
(Carlyle)
 


La historia ciertamente va siendo tejida por la acción humana insertada en un tiempo y un espacio. La acción cultural va haciendo un tejido vivo sobre ese espacio, define los rasgos biográficos de una persona a la pone en posición de destino; con nombres más vivos los de aquellos que tuvieron voz en el accionar social; en tanto otros, la mayoría, les tocó actuar más calladamente, y el silencio de su propio accionar los fue apartando y sombrea su biografía, como sabemos de muchos pobladores de todos los pueblos que fueron activos, de larga vida muchos, detenidos sin embargo, en un ambiente de poca figuración, yermos en el silencio del tiempo, como si el tiempo se hubiese tragado su nombre; y a veces, su biografía total.
Todo tiempo social reclama a la persona humana, un dinamismo y un trabajo que haga llamar la atención. Una figuración comunitaria con nombre propio, lo que produzca un conocimiento de su individualidad. No propiamente por medio de un afán figurativo, porque eso no provee de personalidad alguna, sino al contrario, un trabajo social auténtico y efectivo, como un mandato de la conciencia y del sentido de responsabilidad que da la condición natural de ser persona.
Hacemos ese preámbulo para introducir una semblanza biográfica de una mujer trujillana muy significativa como valor humano, de alto nombre y obra en una buena parte de la segunda mitad del siglo XX. Hablamos de la doctora Dora Maldonado, representativa cabalmente como mujer, hija, amiga, compañera, estudiante, deportista juvenil, dirigente pionera, combativa, profesional, esposa, madre, figura política, gobernadora, emprendedora, intelectual y otros rasgos enriquecedores de una biografía muy destacada en valores y virtudes, que subyacen en ella, porque esa biografía está por escribirse; pero la tiene y es verídica; hermosa y completamente trascendente. Ella carga sobre su propia persona un universo de valores que la destacan humana y moralmente, hay una gran referencia ética ahondada en su hoy callada personalidad.
Dora Maldonado Mancera nació en la ciudad de Trujillo, hija de un honorable hogar constituido por Francisco Maldonado, empleado público y Victoria Mancera de oficios de maestra de primera escuela, como hemos visto referencias en viejos periódicos donde aparece su nombre. De este hogar nacieron Dora, Cristina, Rolando, Atanasio, José Luis, y Raúl Eugenio, todos formados como hijos y ciudadanos, en el puesto humano que les asignó el destino; unos ya fallecidos y otros, como la misma Dora, vivos en una plenitud hogareña y social, al mismo tiempo de fecunda fe por la amistad también socializada.
Dora fue a la escuela de primeras letras, escuela de niñas, seguramente, aunque luego, en la fase de educación secundaria, junto a otras compañeras de generación como su hermana Cristina, Leonor Carrillo, María Cristina Herrera, Betty Urdaneta, Chepita Márquez… rompieron la barrera del género y entraron a competir con los varones en el viejo Colegio Federal. Luego, Dora iría a la Universidad de Los Andes, en Mérida, de donde egresó como Odontóloga, a mediados del año 1954.
En todos estos momentos de su vida, la joven mujer emprendedora, fue mostrando los diversos caracteres de su personalidad, tan así que la prensa local de aquellos años: los periódicos “Hoy” y “Sabatino”, que circulaban en Trujillo, estaban pendientes de lo que hacía, y la nombraban cuando venía de Mérida en vacaciones, lo mismo que resaltaron su grado universitario. Y en crónica destacaron su matrimonio, en enero de 1955, con el joven también odontólogo Jesús Falcón Campins, con quien procreó una hermosa familia de un hijo, Alejandro, prematuramente desaparecido y sus hijas, profesionales en campos de la ciencia y la literatura.

Haber alcanzado una posición, de acuerdo con lo que uno mismo es capaz de planificar para la vida, es importante. Darle significado útil a la juventud en procura de llegar a un logro o propósito, va definiendo en la persona una precisa y ajustada mirada al mundo, pequeña en sus alcances tal vez, pero de irradiación creciente a medida de las actuaciones, bien de capacitaciones intelectuales o de participaciones en el espectro social. Figuraciones distintas como una propuesta de servicios. Ir a los diversos círculos que envuelven lo social para participar materialmente. Inscribirse en las instituciones que siempre las hay en la sociedad. Ser miembro del cuerpo social organizado. Todos esos particulares van condensando la personalidad activa del individuo y le van definiendo una conducta de signos positivos. Y eso es importante por los avances que se logran y los puestos que se ocupan, poniendo siempre por delante, eso sí, una condición de moralidad bien entendida y mejor practicada. Estos elementos los vemos cada vez que leemos la biografía de los seres humanos distinguidos. En ellos hay como un modelo a seguir, como ramas del necesario árbol que sostiene la vida de una comunidad, soportes del ideario social y horcones apuntaladores del edificio múltiple que es una ciudad en su vida cotidiana.
La anterior completa armonización de elementos configurados, bien podemos agruparlos en la constitución anímica de la personalidad de la Doctora Maldonado, porque ella ha hecho de su vida un hacer creativo por la actividad, desde la profesión ejercida en cargos públicos y privados, en el ejercicio clínico y en posiciones que fue ocupando en distintas instancias de la función pública: puestos hospitalarios y sanitarios ejercidos por largos años, con dedicación y entrega, con la suficiente responsabilidad de una deontología aprendida en la lección continua desde el hogar hasta la universidad. En todas esas instancias esta diga mujer trujillana hizo méritos para acrecer una biografía ejemplar, aunque por sí misma, no buscó nunca el falso esplendor del elogio ni la recompensa banal del interés como mérito. Lo suyo fue el trabajo cumplido con honestidad y rectitud, como el tiempo moral trujillano sabe que es así, que siempre fue así.
En el pleno esplendor de su vida profesional, luego de madurados logros y de nombre sobresaliente, convertida en una mujer de significación dentro de espectro total de la vida trujillana y, de aun más allá, llegado el gobierno nacional del doctor Luis Herrera Campins, a finales de la década del setenta, fue llamada para desempeñar el alto cargo de Gobernadora del Estado Trujillo. Fue aquella designación lo que le permitió servir con la mayor entrega a la causa de la trujillanidad. Así, fue ejerciendo una rectoría gubernativa entre signos modelares y significativos, condensados en el inventario de obras muy importantes, aunque también, como sucede con todos los seres humanos, hubo en ese lapso de cinco años aproximadamente, signos y avatares dolorosos, como la muerte de su señor padre, que a la doctora Dora le tocó presenciar y vivir en carne propia, lo mismo que la tragedia de Boconó, la vasta tragedia provocada por la crecida del río Boconó, que arrasó a su paso con vidas y propiedades, hasta llegar a aislar por días al hermoso “Jardín de Venezuela”. La doctora Dora Maldonado de Falcón enfrentó aquel doloroso trance regional y pudo dar una ayuda solidaria a autoridades y población boconesas, que ambas por igual, sufrieron las inclemencias de aquella tragedia provocada por la naturaleza.

La acción gubernamental de la Dra. Maldonado cubrió toda la geografía regional. Hizo obras en todos los lugares a través de un programa llamado “La Gobernadora en Movimiento”. Cubrió lo educativo lo cultural, lo asistencial; atendió a la vivienda y al sector agropecuario, en obras al servicio del desarrollo regional. Lo más trascendente (aunque es de rigor decir que, no toda la obra en integridad le perteneció a su gestión) trabajó en parte importante de la construcción de los Módulos de la Universidad y en la construcción de la Villa Universitaria para el Núcleo Rafael Rangel, en La Concepción, el Eje Vial Trujillo-Valera, el Instituto Universitario Tecnológico de Valera, la Avenida Bolívar de Valera (varias etapas), entre otras obras.
Pero lo más resaltante en la gestión que cumplió la Dra. Dora Maldonado como gobernadora del estado, fue la construcción total del Monumento de La Paz (Monumento de Nuestra Señora de La Paz, Patrona de Trujillo); íntegro de su gestión, que en el tiempo se convirtió en el mayor símbolo de la trujillanidad, y le dio una gran proyección a nuestro estado. Con el tiempo esta obra crece en importancia.
La ciudad de Trujillo es deudora eterna de la Dra. Maldonado, porque le construyó obras de mucha importancia como el Monumento de La Paz, que ya nombramos, la avenida Numa Quevedo, que vino a significar la tercera calle principal de la ciudad, la avenida “Amparo Briceño Perozo”, obra vial de primera importancia, el Edificio de Previsión de Niño a la entrada de la ciudad y la urbanización La Vega, entre otras.
En el orden conmemorativo, durante la gestión de la doctora Maldonado se celebraron el sesquicentenario de la muerte del Libertador, lo mismo que el bicentenario de su Natalicio en julio de 1983, ocasiones en que Trujillo dio muestras de un gran fervor patriótico, que lo llevó incluso al ámbito internacional, en Colombia.
Luego de su gestión gubernamental, como Primera Magistrada de Trujillo, la doctora Dora Maldonado, volvió a sus labores habituales como odontóloga en centros de salud y hospitalarios; mujer de hogar en atención a su familia aun en formación, dirigente social y cultural en la ciudad, y a una vida privada como acontecer anónimo en la mayor cotidianidad familiar y amiga.
Con el paso del tiempo, esta señora trujillana deviene hacia un homenaje filial que le hace en silencio la trujillanidad. El merecimiento del respeto y la consideración, aunque faltando aún el gran homenaje que se le debe, aunque en el fondo de su conciencia, ella se sabe reacia a este tipo de agasajo, por su misma formación y constitución espiritual que la valora.
En el espacio sagrado de sus propias virtudes, en la serena y ponderada calma de la mejor vejez, rodeada del silencio augusto de la naturaleza que envuelve su casa encimada en una colina de la vieja ciudad de Trujillo: numen y propósito de su esclarecida vida útil, personifica ahora la doctora Dora su obra maternal. Y le deja tiempo el tiempo para la meditación como fundación de vida, para esas menudas circunstancias que también fortifican y animan para mirar con gracia y entender los bienes de la vida, los que la memoria le va devolviendo y la hacen saber que actuó con propiedad en la vida; que fue hija, esposa y madre portentosa, como practicante del modelo que había heredado de un hogar cristiano en que el bien común compartido era la primicia de siempre para los suyos y para ella misma.
Ella anduvo por el camino e hizo camino. Y por esa buena senda la lleva el tiempo ahora en una asunción segura a la trascendencia histórica que se merece.