Amables lectores de la página quiero compartir con ustedes el texto de la ponencia que presenté en el Congreso Académico celebrado en Isnotú el viernes 23 de este mes de octubre con motivo de los 151 años del natalicio del doctor José Gregorio Hernández.
UN
EPÍGRAFE PREVIO:
Con el signo
Dios podemos construir nuestro mejor mundo. Sacar de ese nombre portentoso la
luz para el mejor alumbramiento propio y el de los demás, con una pertinencia
de filiación y amistad como si el mundo lo viviéramos para servirlo y, a la
vez, servirnos de sus mejores realidades y valores. El signo Dios, la palabra
suprema, como sabemos, incluye los mejores conceptos de la conciencia, así como
contempla la carga portentosa del humanismo, por ser espiritualidad, fuerza
interior, dominio y dirección de los estados afectivos, para abordar las
realidades exteriores, el orbe circundante, la espesa comba a que nos enfrentan
la sensorialidad y la razón. El signo Dios, camino más bien conducente al
descubrimiento de las cosas y de los acontecimientos, como si todo fuese una
permanente enseñanza para bien vivir y para bien morir.
UNA
SÍNTESIS BIOGRÁFICA ES PRINCIPIO Y ES TOTALIDAD:
En mi función
ductora, delante de mis jóvenes estudiantes, me he atrevido a decir que en una
sola construcción gramatical oracional simple está subyacente todo el idioma;
la lengua materna como cuerpo, una totalidad sobrentendida que la muestra al
adentrarse en su corpus. Puedo decir lo mismo entonces, en el sentido de que en
una síntesis biográfica pareciera estar también la presencia subyacente de la
vida total de una persona, todo su tránsito terreno, la vía de su identidad en
la continuidad que se cumple con rasgos individuales y colectivos, la
individualidad y sus circunstancias, una amalgama de ingredientes que van
constituyéndose en la hechura de la personalidad como signos ineluctables de
identidad, en proyección vital ascendente, para luego, con la muerte convertirse
en memoria o en recuerdo, palabra dulce ésta que nos debe acompañar para
enriquecer las nostalgias, las añoranzas y las evocaciones, y atarnos
interiormente a signos también devenidos en familiaridades y ancestros, como
instrumentos necesarios para vencer al olvido y a la muerte.
Desde antes,
mucho antes, hemos estado leyendo textos breves y extensos sobre la vida y obra
de José Gregorio Hernández: un año, tres años, una década, varias décadas,
sustentan la escritura sobre este hombre cargado de ciudadanía. En los primeros
tiempos textos breves para biografiarlo; más tarde vinieron extendiéndose otros
textos más densos hasta la profundidad, que en el tiempo y en el espacio de la
venezolanidad, y en otros espacios exteriores también, se han edificado con palabras
para dejar constancia de su función humana como hombre comprometido con la vida
en el tiempo total de su existencia física. Y digo que hay una totalidad vital
ya sintetizada en los rasgos biográficos que lo definen, cuando leemos su
origen geográfico y familiar. Y al decir que nació en Isnotú, de Betijoque,
estos dos nombres se muestran como signos de identidad para una pertenencia
biográfica: El suelo que titula y da consistencia, por ser territorio definido.
Ya decía Don Andrés Bello que “la naturaleza da una sola patria”. Y hablaba
Briceño Iragorry de “suelo y hombre”, al manifestar que “la patria es el suelo
en que se nace”. De por sí hay un valor allí, un signo inequívoco de identidad
y de memoria. La trujillanía de José Gregorio no es un simple logo, es un
sentimiento, una simbología de sano orgullo.
Del concepto geográfico
pasamos al concepto familiar, los ancestros familiares devienen con igual
intensidad y fijan rasgos que se hacen huellas quedadas, como decir la
eternidad de los nombres de sus padres Benigno y Josefa; de los apellidos
Hernández Manzaneda – Cisneros Mansilla; identitaros todos, como siembra
creadora y recreadora en el espacio vivencial desde hace más de un siglo hasta
la posteridad seguramente.
Y al continuar
leyendo su breve biografía, van apareciendo otros muchos sintagmas
constructivos de una figura humana en proceso de desarrollo vital entre dos
siglos: el verbo indicador es el encargado de la construcción de las partes de
un gran cuadro, de las imágenes concurrentes en la dimensión de una obra; lo
cuantitativo y en mayor grado de importancia, lo cualitativo van configurando
una personalidad específica que se va abriendo, se va nutriendo y
enriqueciendo, se va haciendo disciplina, seriedad, compromiso, valor: “un
valor arcano casi religioso”, como escribió el poeta.
Y están los
signos de identidad en la pequeña biografía que uno lo va leyendo con fruición
e interés marcado: los moradores de la casa y de la escuela; lugares y caminos;
el legajo de luces y de sombras que perfilan una cronología tejida en los
ámbitos del tiempo que lo va curtiendo todo y que viene hasta nosotros, sea en
el pasado para los que ya vivieron, el presente para los que vivimos y el
futuro para los que vivirán esta historia concreta de un ciudadano llamado José
Gregorio Hernández: escrito y descrito mil veces, y vuelo a escribir, como
“símbolo de la abnegación, del bien y de la recia envergadura capaz de
mantenerse en el universo fundamental de las cosas que trascienden
definitivamente”, como anotó uno de sus biógrafos hace años (Revista Tráfico).
Y hay
biografía y existe identidad subyacente en la vertiente de la palabra poética
usada para una resurrección: dice Sánchez Peláez: Se abre/ gran brisa de los
árboles/ escuchas la palabra/ sin sentido/ regrese a nosotros la dicha/ memoria
mía/ no extravíes/ la estación final/ la angustiosa cosecha/ recuerdos/ el
encantado jardín/ murmuraba/ nuestra familia/ continuaba la niñez/ un punto de
apoyo/ exclamo ahora/ dilapidar/ el cántaro de semillas/ con ayuda del tiempo/
bajo la lluvia.
UN
PERSONAJE QUE MARCA:
Hay personajes
que marcan. De los que podemos decir..."Su vida la entendió..." Al
pronunciar este sintagma, ya uno sabe que fue una persona meritoria, un alto
espíritu, un robusto carácter y otras aposiciones calificadoras. Personas que
marcaron una huella de luz. No en balde podemos decir de José Gregorio
Hernández esto y muchas cosas más...Él desde su existencia por siempre ha
marcado una huella de luz, es una luz en plenitud.
Es un
personaje histórico para la historia total/ personaje múltiple desde todas las
miradas/, ¡cómo miró su propia plenitud!. Lo vemos por fuera en distintas
imágenes que se las ha ido construyendo el tiempo. Pero, lo más importante lo
vemos por dentro, en el campo infinito de su pensamiento, de "los valores
espirituales que elevan y ennoblecen su calidad de hombre".
Cubrió el
doctor Hernández un magisterio de servicio. Por eso marca; por eso podemos
decir: su vida la entendió. Su obra total, vasta obra total, estuvo cargada de
un servicio humano creador. De ahí su permanencia para la ciencia y la virtud. Para
la ciencia si lo vemos como un médico de una gran proyección. Para la virtud si
lo vemos con esa aureola de santidad que se la ha ido proyectando el tiempo: un
siglo y un siglo total y éste naciente todavía, que le viene dando el virtuoso
portento de la santidad, la que sabemos está cercana ya. La esperada gloriación
de José Gregorio se vislumbra como uno de los mayores triunfos de la
venezolanidad espiritual. Él va a cubrir los espacios sagrados de la
venezolanidad, sin duda alguna, porque nació y vivió predestinado para esa
santidad, para ese hecho grande en la esperanza hasta ahora, en la certidumbre
dentro de poco tiempo.
Uno se
encuentra en la cotidianidad con José Gregorio, lo tropieza en cada parte, en
muchos escenarios. Es una figura social de múltiples representaciones icónicas.
Su estampa multifuncional está en todas direcciones y en todas posiciones, entre
el blanco y el negro, no para diferenciarlo sino para significarlo en su
condición de hombre de ciencia y de hombre humanista: lo blanco la ciencia; lo
negro lo académico que ambas condiciones las asumió y en ambas desbordó las
virtudes de Dios, como vamos a ver.
José Gregorio
es un personaje que llena y por eso tiene trascendencia en plenitud. Es una
lección de vida por donde se le mire y se le estudie. Con él uno se llena de
una gran conciencia humana. Su lección lo hace entender a uno la vida, lo que
es la vida como un gran conjunto exterior, física; e interior, psicológica: los
dos mundos del hombre entendidos y practicados con la fuerza de un convencido
de que la existencia es un contenido que Dios provee para querer y ser, no de
los que quisieran sino de los que quieren, duros para asumir los riesgos y
blandos para enseñar las bondades.
José Gregorio
entendió la esencia del ser humano, profundizó en sí mismo por lo que dio un
inmenso soporte a lo que es vivir, fundamentalmente desde la perspectiva espiritual.
En él no sólo se visualiza el individuo cargado de profundos conocimientos
científicos, sino más bien esa fortaleza interior, ese acervo moral que ayuda a
conceptualizarlo como una conciencia ética y un paradigma de los valores
humanos integrales. Hernández, como otros ciudadanos de excepción, logró
esculpir durante su vida física una gran obra en el muro del tiempo, y esa obra
propicia lleva a las generaciones de los otros tiempos que lo han sucedido, a
presentarlo como un ciudadano modélico y apropiado, digno de, “ocupar un puesto
en el altar de los santos, ese premio que le vale de corona, de premio
definitivo".
Guía de
ascensión que enseña a los demás, es para nosotros una cosmovisión cristiana,
enseña el amor, enseña la familia. Sobran los argumentos para estas
aseveraciones. Se lee su biografía, y se descubre un rumbo de vida.
SIGNOS
DE TRUJILLANÍA
La identidad
trujillana son los signos que nos ponen histórica, biográfica y culturalmente
en consonancia con la realidad física y espiritual de nuestros pueblos. La
temática de la identidad se viene afirmando con los años. En uno u otro
sentido, debemos un conocimiento y acercamiento a personajes, manifestaciones y
elementos que sirven para identificarnos, y nos dan valores, una valoración
múltiple, como personas que pertenecemos a una entidad concreta; nos vinculan,
nos atan, nos brindan memoria y nos nutren culturalmente.
La identidad
no es una frase hecha, no es un eslogan ni concepto vacío. Somos los
trujillanos, como lo sostienen historiadores y otros escritores, un pueblo de
una gran fortaleza; arraigados por hechos y manifestaciones, provenientes de
ancestros, tradiciones y costumbres mantenidos por las generaciones. La identidad
regional y local no constituye hechos circunstanciales ni de falsa invención,
es una realidad sustentada en lo hecho por el hombre en el correr de los años;
por los hombres activos y expresivos, comprometidos, de valores arraigados,
arriesgados en la búsqueda del ser, cargados de creencias y de prácticas hechas
realidades concretas para el beneficio de sí mismos y de las colectividades.
Nos sostenemos en Briceño Iragorry: gran definidor de identidad. Dijo: “Sin
tradición una colectividad no cuaja en pueblo (…) la sociedad es un valor
humano (…) un valor conceptual”. Dijo con acierto: “la historia de un pueblo
son sus hombres y sus símbolos (…) en constante función de producir nuevos
valores (…) la historia es un proceso de formación de valores que tiene un eco
constante en las voces de los hombres actuales”. Y aun dijo más: “Función de
historia es mantener viva la memoria de los valores que sirven de vértebras al
edificio social”. De aquí nomás podemos sostenernos para hablar de José
Gregorio Hernández como un signo de identidad, como un valor múltiple,
sentimiento humano que estremece con fuerza un auténtico concepto de
trujillanía.
José Gregorio
es un valor de identidad trujillana, porque es usual entre nosotros nombrarlo,
verlo, tratarlo como un poblador más. Está en la esencia de nuestra vida
cotidiana y eso lo marca como elemento o constituyente identitario. Es un
personaje usual en todas las comunidades citadinas y rurales, por igual aflora
en el diarismo. José Gregorio adviene así como sujeto de identidad en lo
conceptual, en lo ideológico y hasta en el uso coloquial del vocablo. Él es
común a nosotros, es indivisible entre nosotros. “Es inconfundible como sujeto
de unicidad”. José Gregorio (uso el nombre solamente como tratamiento afectivo,
porque es un sentimiento, una emoción, un placer, un gozo). Refiero así la
humildad como un valor arraigado. Se nos dio como destino histórico, y
crecientemente en la historia lo hemos ido adquiriendo como elemento modélico
para todos los estratos sociales al unísono. Está en las personas que transitan
y en las que permanecen en reposo; está en la calle y en las instituciones,
está en los periódicos desde la misma tercera década del siglo XX. Y en todo
este largo proceso e ideal de movilización social que, lamentablemente no ha
cristalizado; anhelo que no sea otro que comenzar a verlo y visitarlo en las
iglesias y en los templos, en todas y cada una de las iglesias católicas, desde
las capillitas hasta las catedrales, en pueblos, ciudades y países, como un
santo colectivo universal. Cito una frase y añado otra. Cito: “La enseñanza
vive del diálogo”; agrego: la esperanza vive del diálogo. Enseñar lo podemos
emplear como un valor fundamental en una doble perspectiva respecto de José
Gregorio: que él nos enseñe como ciertamente hace su biografía total, y que nosotros
enseñemos o sigamos enseñando sobre José Gregorio, para mantenerlo y
profundizarlo como paradigma, un norte erguido de moral conductual y de
eticidad practicante, para entresacar constantes productos positivos de su
personalidad, que es el precio-valor de su significado como persona humana
trascendente.
Se sostiene
que la identidad “es el instinto de seguridad que se convierte en deontología
de unidad, en mecanismo de abnegación”. Este constructo definitorio lleva a
comprender que la identidad es una fuerza que se nos provee por medio del
conocimiento de hechos sustantivos, afincados también en los modelos de
expresión, en formas de conductas rectas conducentes al bien, a lo positivo, a
lo que conviene hacer, formas de proceder que garantizan rumbos ciertos y
relaciones limpias con uno mismo y con los demás. Entonces pienso y sostengo
que enfrentarse al conocimiento integral de la biografía del Dr. Hernández nos
da la posibilidad o la seguridad, diría, de crecer en valores y en signos de
auténtica identidad, con lo que postula el bien y las buenas costumbres, o más
técnica y formalmente hablando, en la adquisición de ciudadanía. El agregado a la
cita hecha con anterioridad, que me permitió suplantar la palabra enseñanza por
esperanza, viene siendo desde muchísimo tiempo atrás la palabra que dinamiza la
acción social en torno a la figura del doctor Hernández; el motor o la pieza
clave de esta lucha se ha convertido en lección de eterna pedagogía
culturizada, obra secular que nombra, conmueve y compromete una gran
cosmovisión cristiana en torno a la santidad de un hombre de probadas y
comprobadas cualidades de personalidad, para hacerse acreedor al premio de los
justos de la santidad, ante nosotros, ante la vida, el ciudadano en mención es
iglesia ya, poblador representativo de la casa de Dios, contertulio para la
plática de un devocionario, y signo de identidad inmaculado en la praxis
identitaria que tiene el pueblo con la sagrada religión. Y José Gregorio, en
relación muy limpia y trascendente, se afinca cada vez con una fuerza natural y
necesaria en el corazón de la plebe como un sentimiento de amor popular.
Afianzándonos
en los pormenores que configuran el concepto de identidad, tomando como
referentes teóricos a autores como Villoro, indicamos que, “las identidades
colectivas son representaciones intersubjetivas (no entidades metafísicas),
realidades intersubjetivas compartidas por los individuos de una misma
colectividad. Estas identidades están constituidas por creencias, actitudes y
comportamientos que son comunicados a cada miembro del grupo por su pertenencia
a él (…) una manera de sentir, comprender y actuar en el mundo y en formas de
vida compartidas, que se expresan en instituciones, comportamientos regulados,
artefactos, objetos artísticos, conocimientos compartidos; en definitiva, lo
que entendemos por cultura. Este anterior concepto nos remite a la posibilidad
de múltiples interpretaciones y conexiones con la biografía del Dr. Hernández,
refractan en su figura histórica varios de los enunciados sustentados por
Villoro, porque Hernández para nuestro colectivo es identidad, representación,
subjetividad, realidad como fuente inducente a creencias, actitudes y
comportamientos de indubitables prácticas y en constante cotidianidad.
José Gregorio
tiene el ganado mérito de reconocimiento social. En él confluyen el individuo y
el grupo; la familia y el estado, es decir, todo el organismo social. Él
promueve una identidad que no es perentoria sino estable; no parcial sino
total; genésica más bien, por estar considerado globalmente como una conciencia
social.
EL
TIEMPO, ELEMENTO PRESERVATIVO
El tiempo
tiene entre sus objetivos guardar los testimonios del hombre, de lo que hace el
hombre en su actuación social, y de lo que dice el hombre o refiere de lo
realizado por el otro. El tiempo trujillano conjuga en su tránsito las acciones
de José Gregorio Hernández en la vida; pero, fundamentalmente, su biografía
inmortal, las expresiones que se escribieron año tras año, lapso tras lapso,
luego de su desaparición física. Pequeños y grandes momentos de identidad los
ha ido refiriendo y guardando el tiempo entre José Gregorio y la trujillanía.
Pequeñas y grandes expresiones vivenciales dichas por ciudadanos en función
privada o pública, como un documentario enriquecedor del nombre y la obra del
gran ciudadano. Así podemos sentir un acercamiento vivencial por intermedio de
la escritura de autores que, en su momento, fueron encargados de documentar
aspectos de su biografía o actuación, o que, motu propio, quisieron elogiar aspectos
resaltantes de su personalidad. Lo cierto es que aquella escritura en su
transcurrir contiene aspectos interesantes respecto de José Gregorio en su
identidad trujillana, realizaciones y valores caracterizadores, una verdadera
razón ética que afinca esa trujillanía y una razón de pertenencia, como sana
rendición de cuentas que lo hace mantener como un ente patrimonial regional
intangible y pleno de contenidos espirituales y comprometedores que enseñan
vivamente su trascendencia de hombre en autenticidad.
El tiempo de
José Gregorio es un valor de trujillanía. Sus momentos del pasado, del
presente, del futuro, si medimos la condición cronológica, es una
transcurrencia que lo muestra en plenitud: las diversas y multifacéticas
acciones cumplidas en vida, la acción perfectiva, la tomamos entonces para la
fabricación de una grande biografía que lo muestra en toda su plenitud
vivencial y lo trae directamente hasta nosotros para que, en conjunción activa,
lo mostremos y testimoniemos cual paradigma de bien, y en proyección también,
lo convirtamos en una esperanza viva, en un ideario por hacer, en una
fructificación por lograr en el futuro.
Con
testimonios vivos de tiempos pasados vemos esa confesión de exaltación y de
fidelidad para con la persona trascendente del Dr. Hernández. El contenido de
los homenajes del tiempo, los testimonios rendidos, las palabras ofrendadas
resaltativas de su vida y obra, la particular predilección sentida por hombres
de las más disímiles ideologías y prácticas por su personalidad, la fuerza con
que instituciones, organizaciones colectivas, tanto en lo oficial como en lo
privado, han dejado aflorar en momentos concretos de su ya extensa historia,
las entregas líricas que poetas han sacado de su numen creativo, las prosas
diversas de formas sencillas y fecundas escritas sobre su nombre, las
convivencias familiares hechas para celebrarlo, las sensaciones y la armonías
latentes en tantos horizontes distintos, todo ello, en el fondo, indicios y
prácticas sensorias de valoraciones integrales, que siendo dirigidas a tan
significativo personaje, se constituyen en valores que el tiempo afinca y graba
y quedan entonces como aliento y sugestión para que nuevos hombres en nuevos
tiempos busquen en José Gregorio un valor humano a adquirir y a seguir, como
modelización o forma de vida o conciencia lúcida. Parafraseo y digo: “a aquel
que ante todo y por sobre todas las cosas busca aliento de vida en la biografía
de los hombres virtuosos, todo lo demás le será dado por añadidura”.
Cito para
corroborar lo dicho, palabras ya muy viejas, añosas, pero de una actualidad
inquebrantable: “…pero, ¿Quién era el doctor José Gregorio Hernández? Era el
cristianismo en acción: un hombre de espíritu universal, de honda sapiencia, de
carácter bondadoso, que se daba por entero al servicio del prójimo, sin
reservas de ninguna naturaleza: era el tipo de sabio chapado a la antigua
cuando los sabios eran apóstoles del conocimiento, cuando la ciencia y el lucro
no se correspondían, el doctor José Gregorio Hernández dejó tras sí un luminoso
ejemplo de humanitarismo…” Diego Godoy Troconis (Presente – Tomo III, p 155)
Este autor,
Godoy Troconis, aplicó a José Gregorio el uso de una praxis, interesante si se
quiere, la de “socialismo espiritual” ¿Qué podrá ser “socialismo espiritual”?...
Y dijo más:
“hombres como esos están llamados a vivir siempre en el corazón de su pueblo,
como símbolo de bondad y de comprensión…” y dijo algo que llama la atención,
que es un reclamo por lo inaudito, por lo increíble; dijo: “lo han elegido
hasta la dignidad del culto en algunos altares humildes”. Quiso decir que ya
era considerado santo, si no de los altares, lo proponía la fe popular para la
santidad en los altares hogareños. Esto en 1944, y, setenta años después, se
continúa en esta justa petición con el mismo clamor, con la misma esperanza,
quizás hasta el cansancio.
Y dijo, otro
trujillano, esta vez discípulo suyo en la universidad. Dijo Cifuentes
Labastida: “fue un justo José Gregorio Hernández. Para todos tuvo siempre a
toda hora su invariable serenidad y su dulzura…”
LA
ASCENSIÓN A LA LUZ POR MEDIO DE VALORES
La práctica de
los valores es un medio expedito para ascender a la luz. José Gregorio visto
por una pléyade de escritores trujillanos y no trujillanos de todos los
tiempos, deviene valores sustantivos y signos de identidad. Tan así, que su
persona condensa una escala de valores, un catálogo de valores; muestrario
permanente que es lo que ha permitido lumínicamente ofrecer su “calidad de
hombre para la elevación y el ennoblecimiento, devenidos también en
santificación”.
En tanto, su
vida, su esplendorosa vida útil y de ejemplo útil, se propone para el estudio y
la discusión; abordarlo con fines de conocimiento, de aprendizaje, de eticidad
y ciudadanía. Cité antes un sintagma expresivo: “la enseñanza vive del
diálogo”. Este hombre de vida heroica y santa es un modelo de enseñanza.
“Enseñanza en valores” cual tituló Pérez Esclarin. Brens, por su parte, lo
afirmó: “los valores espirituales elevan y ennoblecen nuestra calidad de hombres.
Descubren un mundo nuevo: la verdad, la belleza, la bondad, el respeto, el
decoro, la gratitud, la disponibilidad, el amor, el perdón, la amabilidad, la
honradez, la libertad, la justicia, la sabiduría, la fraternidad…” en ascenso
siempre para la admiración, contemplativa pudiera ser, pero aún mejor, para la
práctica constante como manera de crecer.
Mientras
tanto, antes de la justa elevación. ¿Qué hacer con José Gregorio Hernández? Me
atrevo a proponer que lo hagamos diálogo, conversación, que nos sirva para
comunicarnos, para aprender a educarnos.
Concluyo con
una cita de Monseñor Mario Moronta, que viene al caso con el título de esta
ponencia. Dijo el obispo: “los valores son la expresión de algo que el hombre
tiene que vivir internamente y que, asumiéndolos como elementos teóricos, se
materializan con la conducta”.
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