La página rinde homenaje a la doctora
Dora Maldonado Mancera, una de las mujeres más importantes de la trujillanidad
contemporánea, poseedora de una biografía llena de valores intelectuales y
éticos, cuya actuación como gobernadora del estado la hizo trascendente en
identidad y memoria por su obra perdurable.
La historia es la biografía de los grandes seres
humanos
(Carlyle)
La historia
ciertamente va siendo tejida por la acción humana insertada en un tiempo y un
espacio. La acción cultural va haciendo un tejido vivo sobre ese espacio,
define los rasgos biográficos de una persona a la pone en posición de destino;
con nombres más vivos los de aquellos que tuvieron voz en el accionar social;
en tanto otros, la mayoría, les tocó actuar más calladamente, y el silencio de
su propio accionar los fue apartando y sombrea su biografía, como sabemos de
muchos pobladores de todos los pueblos que fueron activos, de larga vida
muchos, detenidos sin embargo, en un ambiente de poca figuración, yermos en el
silencio del tiempo, como si el tiempo se hubiese tragado su nombre; y a veces,
su biografía total.
Todo tiempo
social reclama a la persona humana, un dinamismo y un trabajo que haga llamar
la atención. Una figuración comunitaria con nombre propio, lo que produzca un
conocimiento de su individualidad. No propiamente por medio de un afán
figurativo, porque eso no provee de personalidad alguna, sino al contrario, un
trabajo social auténtico y efectivo, como un mandato de la conciencia y del
sentido de responsabilidad que da la condición natural de ser persona.
Hacemos ese
preámbulo para introducir una semblanza biográfica de una mujer trujillana muy
significativa como valor humano, de alto nombre y obra en una buena parte de la
segunda mitad del siglo XX. Hablamos de la doctora Dora Maldonado,
representativa cabalmente como mujer, hija, amiga, compañera, estudiante,
deportista juvenil, dirigente pionera, combativa, profesional, esposa, madre,
figura política, gobernadora, emprendedora, intelectual y otros rasgos enriquecedores
de una biografía muy destacada en valores y virtudes, que subyacen en ella,
porque esa biografía está por escribirse; pero la tiene y es verídica; hermosa
y completamente trascendente. Ella carga sobre su propia persona un universo de
valores que la destacan humana y moralmente, hay una gran referencia ética
ahondada en su hoy callada personalidad.
Dora Maldonado
Mancera nació en la ciudad de Trujillo, hija de un honorable hogar constituido
por Francisco Maldonado, empleado público y Victoria Mancera de oficios de
maestra de primera escuela, como hemos visto referencias en viejos periódicos
donde aparece su nombre. De este hogar nacieron Dora, Cristina, Rolando,
Atanasio, José Luis, y Raúl Eugenio, todos formados como hijos y ciudadanos, en
el puesto humano que les asignó el destino; unos ya fallecidos y otros, como la
misma Dora, vivos en una plenitud hogareña y social, al mismo tiempo de fecunda
fe por la amistad también socializada.
Dora fue a la
escuela de primeras letras, escuela de niñas, seguramente, aunque luego, en la
fase de educación secundaria, junto a otras compañeras de generación como su
hermana Cristina, Leonor Carrillo, María Cristina Herrera, Betty Urdaneta,
Chepita Márquez… rompieron la barrera del género y entraron a competir con los
varones en el viejo Colegio Federal. Luego, Dora iría a la Universidad de Los
Andes, en Mérida, de donde egresó como Odontóloga, a mediados del año 1954.
En todos estos
momentos de su vida, la joven mujer emprendedora, fue mostrando los diversos
caracteres de su personalidad, tan así que la prensa local de aquellos años:
los periódicos “Hoy” y “Sabatino”, que circulaban en Trujillo, estaban
pendientes de lo que hacía, y la nombraban cuando venía de Mérida en vacaciones,
lo mismo que resaltaron su grado universitario. Y en crónica destacaron su
matrimonio, en enero de 1955, con el joven también odontólogo Jesús Falcón
Campins, con quien procreó una hermosa familia de un hijo, Alejandro,
prematuramente desaparecido y sus hijas, profesionales en campos de la ciencia
y la literatura.
Haber
alcanzado una posición, de acuerdo con lo que uno mismo es capaz de planificar
para la vida, es importante. Darle significado útil a la juventud en procura de
llegar a un logro o propósito, va definiendo en la persona una precisa y
ajustada mirada al mundo, pequeña en sus alcances tal vez, pero de irradiación
creciente a medida de las actuaciones, bien de capacitaciones intelectuales o
de participaciones en el espectro social. Figuraciones distintas como una
propuesta de servicios. Ir a los diversos círculos que envuelven lo social para
participar materialmente. Inscribirse en las instituciones que siempre las hay
en la sociedad. Ser miembro del cuerpo social organizado. Todos esos particulares
van condensando la personalidad activa del individuo y le van definiendo una
conducta de signos positivos. Y eso es importante por los avances que se logran
y los puestos que se ocupan, poniendo siempre por delante, eso sí, una
condición de moralidad bien entendida y mejor practicada. Estos elementos los
vemos cada vez que leemos la biografía de los seres humanos distinguidos. En
ellos hay como un modelo a seguir, como ramas del necesario árbol que sostiene
la vida de una comunidad, soportes del ideario social y horcones apuntaladores
del edificio múltiple que es una ciudad en su vida cotidiana.
La anterior
completa armonización de elementos configurados, bien podemos agruparlos en la
constitución anímica de la personalidad de la Doctora Maldonado, porque ella ha
hecho de su vida un hacer creativo por la actividad, desde la profesión
ejercida en cargos públicos y privados, en el ejercicio clínico y en posiciones
que fue ocupando en distintas instancias de la función pública: puestos
hospitalarios y sanitarios ejercidos por largos años, con dedicación y entrega,
con la suficiente responsabilidad de una deontología aprendida en la lección
continua desde el hogar hasta la universidad. En todas esas instancias esta
diga mujer trujillana hizo méritos para acrecer una biografía ejemplar, aunque
por sí misma, no buscó nunca el falso esplendor del elogio ni la recompensa
banal del interés como mérito. Lo suyo fue el trabajo cumplido con honestidad y
rectitud, como el tiempo moral trujillano sabe que es así, que siempre fue así.
En el pleno esplendor de su vida
profesional, luego de madurados logros y de nombre sobresaliente, convertida en
una mujer de significación dentro de espectro total de la vida trujillana y, de
aun más allá, llegado el gobierno nacional del doctor Luis Herrera Campins, a
finales de la década del setenta, fue llamada para desempeñar el alto cargo de
Gobernadora del Estado Trujillo. Fue aquella designación lo que le permitió
servir con la mayor entrega a la causa de la trujillanidad. Así, fue ejerciendo
una rectoría gubernativa entre signos modelares y significativos, condensados
en el inventario de obras muy importantes, aunque también, como sucede con
todos los seres humanos, hubo en ese lapso de cinco años aproximadamente,
signos y avatares dolorosos, como la muerte de su señor padre, que a la doctora
Dora le tocó presenciar y vivir en carne propia, lo mismo que la tragedia de
Boconó, la vasta tragedia provocada por la crecida del río Boconó, que arrasó a
su paso con vidas y propiedades, hasta llegar a aislar por días al hermoso
“Jardín de Venezuela”. La doctora Dora Maldonado de Falcón enfrentó aquel
doloroso trance regional y pudo dar una ayuda solidaria a autoridades y
población boconesas, que ambas por igual, sufrieron las inclemencias de aquella
tragedia provocada por la naturaleza.
La acción
gubernamental de la Dra. Maldonado cubrió toda la geografía regional. Hizo
obras en todos los lugares a través de un programa llamado “La Gobernadora en
Movimiento”. Cubrió lo educativo lo cultural, lo asistencial; atendió a la
vivienda y al sector agropecuario, en obras al servicio del desarrollo
regional. Lo más trascendente (aunque es de rigor decir que, no toda la obra en
integridad le perteneció a su gestión) trabajó en parte importante de la
construcción de los Módulos de la Universidad y en la construcción de la Villa
Universitaria para el Núcleo Rafael Rangel, en La Concepción, el Eje Vial
Trujillo-Valera, el Instituto Universitario Tecnológico de Valera, la Avenida
Bolívar de Valera (varias etapas), entre otras obras.
Pero lo más
resaltante en la gestión que cumplió la Dra. Dora Maldonado como gobernadora
del estado, fue la construcción total del Monumento de La Paz (Monumento de
Nuestra Señora de La Paz, Patrona de Trujillo); íntegro de su gestión, que en
el tiempo se convirtió en el mayor símbolo de la trujillanidad, y le dio una
gran proyección a nuestro estado. Con el tiempo esta obra crece en importancia.
La ciudad de
Trujillo es deudora eterna de la Dra. Maldonado, porque le construyó obras de
mucha importancia como el Monumento de La Paz, que ya nombramos, la avenida
Numa Quevedo, que vino a significar la tercera calle principal de la ciudad, la
avenida “Amparo Briceño Perozo”, obra vial de primera importancia, el Edificio
de Previsión de Niño a la entrada de la ciudad y la urbanización La Vega, entre
otras.
En el orden
conmemorativo, durante la gestión de la doctora Maldonado se celebraron el
sesquicentenario de la muerte del Libertador, lo mismo que el bicentenario de
su Natalicio en julio de 1983, ocasiones en que Trujillo dio muestras de un
gran fervor patriótico, que lo llevó incluso al ámbito internacional, en
Colombia.
Luego de su
gestión gubernamental, como Primera Magistrada de Trujillo, la doctora Dora
Maldonado, volvió a sus labores habituales como odontóloga en centros de salud
y hospitalarios; mujer de hogar en atención a su familia aun en formación,
dirigente social y cultural en la ciudad, y a una vida privada como acontecer
anónimo en la mayor cotidianidad familiar y amiga.
Con el paso
del tiempo, esta señora trujillana deviene hacia un homenaje filial que le hace
en silencio la trujillanidad. El merecimiento del respeto y la consideración,
aunque faltando aún el gran homenaje que se le debe, aunque en el fondo de su
conciencia, ella se sabe reacia a este tipo de agasajo, por su misma formación
y constitución espiritual que la valora.
En el espacio
sagrado de sus propias virtudes, en la serena y ponderada calma de la mejor
vejez, rodeada del silencio augusto de la naturaleza que envuelve su casa
encimada en una colina de la vieja ciudad de Trujillo: numen y propósito de su
esclarecida vida útil, personifica ahora la doctora Dora su obra maternal. Y le
deja tiempo el tiempo para la meditación como fundación de vida, para esas
menudas circunstancias que también fortifican y animan para mirar con gracia y
entender los bienes de la vida, los que la memoria le va devolviendo y la hacen
saber que actuó con propiedad en la vida; que fue hija, esposa y madre portentosa,
como practicante del modelo que había heredado de un hogar cristiano en que el
bien común compartido era la primicia de siempre para los suyos y para ella
misma.
Ella anduvo por el camino e hizo
camino. Y por esa buena senda la lleva el tiempo ahora en una asunción segura a
la trascendencia histórica que se merece.
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