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jueves, 18 de junio de 2015

DORA MALDONADO, UNA MUJER ANTE EL TIEMPO



La página rinde homenaje a la doctora Dora Maldonado Mancera, una de las mujeres más importantes de la trujillanidad contemporánea, poseedora de una biografía llena de valores intelectuales y éticos, cuya actuación como gobernadora del estado la hizo trascendente en identidad y memoria por su obra perdurable.
 
La historia es la biografía de los grandes seres humanos
(Carlyle)
 


La historia ciertamente va siendo tejida por la acción humana insertada en un tiempo y un espacio. La acción cultural va haciendo un tejido vivo sobre ese espacio, define los rasgos biográficos de una persona a la pone en posición de destino; con nombres más vivos los de aquellos que tuvieron voz en el accionar social; en tanto otros, la mayoría, les tocó actuar más calladamente, y el silencio de su propio accionar los fue apartando y sombrea su biografía, como sabemos de muchos pobladores de todos los pueblos que fueron activos, de larga vida muchos, detenidos sin embargo, en un ambiente de poca figuración, yermos en el silencio del tiempo, como si el tiempo se hubiese tragado su nombre; y a veces, su biografía total.
Todo tiempo social reclama a la persona humana, un dinamismo y un trabajo que haga llamar la atención. Una figuración comunitaria con nombre propio, lo que produzca un conocimiento de su individualidad. No propiamente por medio de un afán figurativo, porque eso no provee de personalidad alguna, sino al contrario, un trabajo social auténtico y efectivo, como un mandato de la conciencia y del sentido de responsabilidad que da la condición natural de ser persona.
Hacemos ese preámbulo para introducir una semblanza biográfica de una mujer trujillana muy significativa como valor humano, de alto nombre y obra en una buena parte de la segunda mitad del siglo XX. Hablamos de la doctora Dora Maldonado, representativa cabalmente como mujer, hija, amiga, compañera, estudiante, deportista juvenil, dirigente pionera, combativa, profesional, esposa, madre, figura política, gobernadora, emprendedora, intelectual y otros rasgos enriquecedores de una biografía muy destacada en valores y virtudes, que subyacen en ella, porque esa biografía está por escribirse; pero la tiene y es verídica; hermosa y completamente trascendente. Ella carga sobre su propia persona un universo de valores que la destacan humana y moralmente, hay una gran referencia ética ahondada en su hoy callada personalidad.
Dora Maldonado Mancera nació en la ciudad de Trujillo, hija de un honorable hogar constituido por Francisco Maldonado, empleado público y Victoria Mancera de oficios de maestra de primera escuela, como hemos visto referencias en viejos periódicos donde aparece su nombre. De este hogar nacieron Dora, Cristina, Rolando, Atanasio, José Luis, y Raúl Eugenio, todos formados como hijos y ciudadanos, en el puesto humano que les asignó el destino; unos ya fallecidos y otros, como la misma Dora, vivos en una plenitud hogareña y social, al mismo tiempo de fecunda fe por la amistad también socializada.
Dora fue a la escuela de primeras letras, escuela de niñas, seguramente, aunque luego, en la fase de educación secundaria, junto a otras compañeras de generación como su hermana Cristina, Leonor Carrillo, María Cristina Herrera, Betty Urdaneta, Chepita Márquez… rompieron la barrera del género y entraron a competir con los varones en el viejo Colegio Federal. Luego, Dora iría a la Universidad de Los Andes, en Mérida, de donde egresó como Odontóloga, a mediados del año 1954.
En todos estos momentos de su vida, la joven mujer emprendedora, fue mostrando los diversos caracteres de su personalidad, tan así que la prensa local de aquellos años: los periódicos “Hoy” y “Sabatino”, que circulaban en Trujillo, estaban pendientes de lo que hacía, y la nombraban cuando venía de Mérida en vacaciones, lo mismo que resaltaron su grado universitario. Y en crónica destacaron su matrimonio, en enero de 1955, con el joven también odontólogo Jesús Falcón Campins, con quien procreó una hermosa familia de un hijo, Alejandro, prematuramente desaparecido y sus hijas, profesionales en campos de la ciencia y la literatura.

Haber alcanzado una posición, de acuerdo con lo que uno mismo es capaz de planificar para la vida, es importante. Darle significado útil a la juventud en procura de llegar a un logro o propósito, va definiendo en la persona una precisa y ajustada mirada al mundo, pequeña en sus alcances tal vez, pero de irradiación creciente a medida de las actuaciones, bien de capacitaciones intelectuales o de participaciones en el espectro social. Figuraciones distintas como una propuesta de servicios. Ir a los diversos círculos que envuelven lo social para participar materialmente. Inscribirse en las instituciones que siempre las hay en la sociedad. Ser miembro del cuerpo social organizado. Todos esos particulares van condensando la personalidad activa del individuo y le van definiendo una conducta de signos positivos. Y eso es importante por los avances que se logran y los puestos que se ocupan, poniendo siempre por delante, eso sí, una condición de moralidad bien entendida y mejor practicada. Estos elementos los vemos cada vez que leemos la biografía de los seres humanos distinguidos. En ellos hay como un modelo a seguir, como ramas del necesario árbol que sostiene la vida de una comunidad, soportes del ideario social y horcones apuntaladores del edificio múltiple que es una ciudad en su vida cotidiana.
La anterior completa armonización de elementos configurados, bien podemos agruparlos en la constitución anímica de la personalidad de la Doctora Maldonado, porque ella ha hecho de su vida un hacer creativo por la actividad, desde la profesión ejercida en cargos públicos y privados, en el ejercicio clínico y en posiciones que fue ocupando en distintas instancias de la función pública: puestos hospitalarios y sanitarios ejercidos por largos años, con dedicación y entrega, con la suficiente responsabilidad de una deontología aprendida en la lección continua desde el hogar hasta la universidad. En todas esas instancias esta diga mujer trujillana hizo méritos para acrecer una biografía ejemplar, aunque por sí misma, no buscó nunca el falso esplendor del elogio ni la recompensa banal del interés como mérito. Lo suyo fue el trabajo cumplido con honestidad y rectitud, como el tiempo moral trujillano sabe que es así, que siempre fue así.
En el pleno esplendor de su vida profesional, luego de madurados logros y de nombre sobresaliente, convertida en una mujer de significación dentro de espectro total de la vida trujillana y, de aun más allá, llegado el gobierno nacional del doctor Luis Herrera Campins, a finales de la década del setenta, fue llamada para desempeñar el alto cargo de Gobernadora del Estado Trujillo. Fue aquella designación lo que le permitió servir con la mayor entrega a la causa de la trujillanidad. Así, fue ejerciendo una rectoría gubernativa entre signos modelares y significativos, condensados en el inventario de obras muy importantes, aunque también, como sucede con todos los seres humanos, hubo en ese lapso de cinco años aproximadamente, signos y avatares dolorosos, como la muerte de su señor padre, que a la doctora Dora le tocó presenciar y vivir en carne propia, lo mismo que la tragedia de Boconó, la vasta tragedia provocada por la crecida del río Boconó, que arrasó a su paso con vidas y propiedades, hasta llegar a aislar por días al hermoso “Jardín de Venezuela”. La doctora Dora Maldonado de Falcón enfrentó aquel doloroso trance regional y pudo dar una ayuda solidaria a autoridades y población boconesas, que ambas por igual, sufrieron las inclemencias de aquella tragedia provocada por la naturaleza.

La acción gubernamental de la Dra. Maldonado cubrió toda la geografía regional. Hizo obras en todos los lugares a través de un programa llamado “La Gobernadora en Movimiento”. Cubrió lo educativo lo cultural, lo asistencial; atendió a la vivienda y al sector agropecuario, en obras al servicio del desarrollo regional. Lo más trascendente (aunque es de rigor decir que, no toda la obra en integridad le perteneció a su gestión) trabajó en parte importante de la construcción de los Módulos de la Universidad y en la construcción de la Villa Universitaria para el Núcleo Rafael Rangel, en La Concepción, el Eje Vial Trujillo-Valera, el Instituto Universitario Tecnológico de Valera, la Avenida Bolívar de Valera (varias etapas), entre otras obras.
Pero lo más resaltante en la gestión que cumplió la Dra. Dora Maldonado como gobernadora del estado, fue la construcción total del Monumento de La Paz (Monumento de Nuestra Señora de La Paz, Patrona de Trujillo); íntegro de su gestión, que en el tiempo se convirtió en el mayor símbolo de la trujillanidad, y le dio una gran proyección a nuestro estado. Con el tiempo esta obra crece en importancia.
La ciudad de Trujillo es deudora eterna de la Dra. Maldonado, porque le construyó obras de mucha importancia como el Monumento de La Paz, que ya nombramos, la avenida Numa Quevedo, que vino a significar la tercera calle principal de la ciudad, la avenida “Amparo Briceño Perozo”, obra vial de primera importancia, el Edificio de Previsión de Niño a la entrada de la ciudad y la urbanización La Vega, entre otras.
En el orden conmemorativo, durante la gestión de la doctora Maldonado se celebraron el sesquicentenario de la muerte del Libertador, lo mismo que el bicentenario de su Natalicio en julio de 1983, ocasiones en que Trujillo dio muestras de un gran fervor patriótico, que lo llevó incluso al ámbito internacional, en Colombia.
Luego de su gestión gubernamental, como Primera Magistrada de Trujillo, la doctora Dora Maldonado, volvió a sus labores habituales como odontóloga en centros de salud y hospitalarios; mujer de hogar en atención a su familia aun en formación, dirigente social y cultural en la ciudad, y a una vida privada como acontecer anónimo en la mayor cotidianidad familiar y amiga.
Con el paso del tiempo, esta señora trujillana deviene hacia un homenaje filial que le hace en silencio la trujillanidad. El merecimiento del respeto y la consideración, aunque faltando aún el gran homenaje que se le debe, aunque en el fondo de su conciencia, ella se sabe reacia a este tipo de agasajo, por su misma formación y constitución espiritual que la valora.
En el espacio sagrado de sus propias virtudes, en la serena y ponderada calma de la mejor vejez, rodeada del silencio augusto de la naturaleza que envuelve su casa encimada en una colina de la vieja ciudad de Trujillo: numen y propósito de su esclarecida vida útil, personifica ahora la doctora Dora su obra maternal. Y le deja tiempo el tiempo para la meditación como fundación de vida, para esas menudas circunstancias que también fortifican y animan para mirar con gracia y entender los bienes de la vida, los que la memoria le va devolviendo y la hacen saber que actuó con propiedad en la vida; que fue hija, esposa y madre portentosa, como practicante del modelo que había heredado de un hogar cristiano en que el bien común compartido era la primicia de siempre para los suyos y para ella misma.
Ella anduvo por el camino e hizo camino. Y por esa buena senda la lleva el tiempo ahora en una asunción segura a la trascendencia histórica que se merece.

miércoles, 6 de mayo de 2015

“La Advocación de la Virgen de la Paz en Trujillo”



Estimados lectores, comenzamos desde hoy a compartir con ustedes el libro “La Advocación de la Vrigen de la Paz en Trujillo”, del cual publicamos los primeros capítulos


“Precisamente esta fe de María, que señala el comienzo de la nueva y eterna Alianza de Dios con la humanidad en Jesucristo, esta heroica fe suya ‘precede’ el testimonio apostólico de la Iglesia, y permanece en el corazón de la Iglesia, escondida como un especial patrimonio de la revelación de Dios. Todos aquellos que, a lo largo de las generaciones, aceptando el testimonio apostólico de la Iglesia participan de aquella misteriosa herencia, en cierto sentido, participan de la fe de María”
Juan Pablo II (La Madre del Redentor)

125. “Todo hombre del mundo hará gran cortesía   si hiciese su servicio a la Virgen María: mientras vivo estuviere, verá placentería, si salvara su alma al postrimero día.
Gonzalo de Berceo (Milagros de Nuestra Señora)

Trujillo alzó la flor de sus pupilas
y del cielo bajó una espiga dulce:
Nuestra Señora de la Paz, sentada
en una peña sobre el horizonte.
Ella, con ojos de arco iris,
sueña en el amor del pueblo de los mucas
Ramón González Paredes
UNA CIUDAD MARIANA
Bajo la advocación de la Virgen de La Paz hemos vivido los trujillanos, de la tierna y hermosa imagen de esta Madre Celestial que acompaña a su plebe desde tiempos coloniales. 

A la paz augusta, a la paz mariana, reza la gente por la memoria secular, en demostración de fe por esta imagen meritoria de la Madre de Dios, venida desde lejos a prodigar amor a los creyentes que en ella han confiado, para robustecer su espíritu en el encuentro con una doctrina de vida en plenitud.

Y en los días y en las noches de este espacio citadino, la paz se ofrece como emblema y razón de ser de un pueblo que anduvo dando tumbos por la desnudez antigua de esta tierra, y que aquí se estableció entonces, en este pequeño Valle o Zanjón del Muca, “halló reposo” para la posteridad de la vida. ¿Y no es este entonces el primer cumplido de la Virgen al abatir la fiereza y la incomprensión de todo signo que dictaba la existencia de aquellos padres trashumantes, y los adormeció fecundos en este rincón geográfico donde la urbe se desarrolló en esplendor, según cuentan las crónicas biográficas de aquellos tiempos idos?

La Virgen de La Paz es la luz del mismo pueblo nacida en cada enero de los tiempos, como una voz colectiva que anda y desanda, en la cuidad, en procesión de fe murmurada con sentido de pertenencia. La Virgen de La Paz es la antigua profecía que le dio razón de ser a una comunidad de pobladores en la ofrenda de sus fiestas con laudatoria y todo, y en la veneración y el culto.

Fiesta nuestra de abolengo y tradición, antes más festiva por la inmensa concurrencia de una plebe con ansia de bendición, venida desde los contornos en la víspera y pernoctante dicen, en los alrededores del templo, pues nada de devolverse a las comarcas sin haber participado con temor y recogimiento, y con una gran pasión cristiana, en la romería por las calles de  la ciudad, arriba y abajo en procesión con la Virgen, cantando lauros en un coro colectivo de voces agudas y graves, como suelen ser en conjunto las voces de la plebe reunida.

Y así ha sido por los adentros y las orillas de los tiempos. La memoria trujillana es mariana por los cuatro costados. Es la fe en la paz lo que anida en los corazones de los trujillanos. Es la paz como emblema sanguíneo por las venas de la historia. Es el fulgor de una creencia y una esperanza, como espirituales atrevimientos de todos los hijos de esta bendecida tierra de Dios.

HISTORIA DE LA VIRGEN DE LA PAZ(1)

San Ildefonso fue uno de los más importantes obispos de la Iglesia en España y uno de esos grandes maestros en la fe a los que los creyentes llamamos "doctores". Entre sus abundantes enseñanzas destaca un entrañable amor a la Ssma. Virgen María, que se esforzó por hacer venerar cada vez más en su Toledo del siglo VII y desde allí en toda la Península. No es extraño entonces que al morir el santo arzobispo un 23 de enero, la Iglesia de Toledo dispusiese que al día siguiente, 24 de enero, se rememorase cada año un milagro mariano atribuido a su extraordinario amor a la Virgen. Una noche de diciembre al entrar la procesión del arzobispo en la Catedral para el canto de maitines, el templo apareció iluminado por un fuerte resplandor: la Ssma. Virgen aparecía sentada en la Cátedra del Santo Obispo indicando así su aprobación a lo que él enseñaba y su patrocinio sobre el lugar, y le obsequió una casulla (manto festivo para celebrar la Santa Misa) a San Ildefonso.

Cuando los musulmanes invadieron España, Toledo cayó en sus manos y la Catedral se convirtió en mezquita. Pero cuatro siglos más tarde, otro milagro de la Virgen en la misma Catedral de Toledo confirmó su protección maternal.

Acababa de reiniciarse una encarnizada lucha por la posesión de la Catedral entre los moros que querían conservarla como mezquita y los cristianos que estaban decididos a recuperarla como catedral, cuando milagrosamente los jefes musulmanes decidieron devolverla a los cristianos. Era la víspera de otro 24 de enero. Al día siguiente con solemnes cultos la Madre de Dios era aclamada como Nuestra Señora de la Paz. Corría el año 1085.

Desde entonces, primero toda España, después América, fueron reconociendo con gratitud este título a la Santísima Virgen. (…) Lo que quería enseñarnos San Ildefonso es lo mismo que necesitamos aprender hoy. Sólo acercándonos a la Virgen, vamos a encontrar la paz: es Jesucristo, "camino, verdad y vida" para todo hombre que viene a este mundo.
(1)Tomado de http://www.oocities.org/athens/ithaca/3527/historia.html

LA ADVOCACIÓN DE LA PAZ EN TRUJILLO

La advocación de la Virgen de La Paz nació en Toledo, España, en 1085, durante la dominación árabe, en la guerra entre los moros y los cristianos. El 24 de enero de 1085 en el siglo XI. Desde allí viene su advocación. Advocación es abogar. Advocación es un título que se da a un templo, a una capilla, a un altar por estar dedicado a alguien en específico.  Es la diferenciación de las imágenes para distinguirlas: santo, santa. La Virgen, como en este caso. Le pedimos para que abogue por nosotros. A la Virgen de la Paz le pedimos  especialmente los trujillanos. Ella es nuestra abogada. Eso significa advocación. Advocado es abogado, intermediación, defensa…

El hermano Nectario María dice que Trujillo nació bajo la advocación de la Virgen de la Paz, en este valle o rincón del Muca. “En 1570 logra por fin encontrar sosiego y reposo, poniéndose bajo la advocación de Nuestra Señora de la Paz”.

En Relación Geográfica de la Provincia de los Cuicas, Alonso Briceño dice: “A los nueve capítulos: llámase a esta ciudad Trujillo de Nuestra Señora de la Paz (…) el gobernador Don Pedro Ponce león,  en cierta conformidad  que entre los vecinos se hizo, por ciertas diferencias que traían, la puso Trujillo de Nuestra Señora de la Paz”.

El cronista Francisco Domínguez Villegas dice, citando la obra “Orígenes Trujillanos”, del Dr. Amílcar Fonseca, lo siguiente: “En sesión del 2 de enero de 1629 el cabildo trujillano acordó hacer fiestas rumbosas en honor de Nuestra Señora de la Paz. Compusieron la Junta de fiestas un alférez y dos diputados  y convinieron en que el festival fuese de misas solemnes, toros, máscaras, aseo  y aderezo de calles y plazas, y luminarias; acompañar el estandarte real y procesión; pena de cuatro a ocho reales de buena plata a los que no concurrieren, sobre todo los de a caballo.”

Cuenta el mismo cronista la vistosidad, solemnidad, y fervor popular que han tenido las fiestas a lo largo de los siglos; desglosa el contenido de algunos programas y nombra personajes e instituciones de alta participación.

El cronista S. Joaquín Delgado, en su obra “Crónicas Municipales”, incluye un artículo que refiere algunos aspectos de las llamadas fiestas patronales, y resalta esencialmente la festividad de Nuestra Señora de la Paz. Dice el escritor Delgado: “Tenemos a la vista, enviado desde Caracas (…) un programa para la celebración de Nuestra Señora de la Paz, fechado el día 23 de enero de 1883 e impreso  en la imprenta trujillana de Don  Arístides Carrillo, cuyo exordio dice así: el infrascrito vicario foráneo del  Distrito Capital y Cura de la Parroquia Matriz, etc. En todos los días que se dedican a la festividad, es decir: días 24, 25, 26, 27 y 28. A las 9 de la noche se repartirán las laudatorias de costumbre entre los vecinos de la ciudad, escritas en versos y lujosamente impresa. (……) Más adelante dice el texto del artículo: “La laudatoria de que hablamos, escrita en verso y lujosamente impresa, reza así:

Trujillo se alboroza!
Los montes y los prados
Se ven regocijados
Al día saludar;
Las aves cantan trovas;
Es tierno el murmurío
Del bello y manso río,
Del plácido Castán.

Otro trabajo del mismo libro lo dedica Delgado a cronicar la fiesta de Nuestra Señora de la Paz y habla del esplendor que tuvo la festividad en las décadas finales del siglo XIX. Señala los grandes aportes del civilista Juan Bautista Carrillo Guerra. “Por aquel entonces, dice, acudían  a las fiestas de la Paz gentes de todas partes. Los vecinos de los campos de la Chapa, Carmona, el Algarrobo, Montero y otros, vaciaban su carga humana sobre el valle de los Cedros.”

En el folleto “Noticias Documentales del Estado Trujillo ”, el autor Manuel Pinto C, sostiene lo siguiente: “Los Alcaldes Ordinarios de la ciudad de Trujillo, Diego de La peña  y Juan de Segovia, efectuaron un tercero y último traslado al actual asentamiento, con el nombre de Trujillo de Nuestra Señora de la Paz, y es así que hierran los historiadores, pues, mientras que unos  asientan que esto ocurrió en 1569, otros manifiestan que fue el 24 de enero de 1571, cuando en verdad fue el 27 de octubre de 1570.” Dice Vargas de los documentos de Pinto C, lo siguiente: “En el primer legajo se encuentra  el documento de asentamiento  en el cual consta que el 27 de octubre de 1570, reunidos en su cabildo, como era costumbre, los alcaldes ordinarios Diego de La Peña y Juan Segovia y los regidores  Juan Bonilla y Francisco Terán, para en nombre de su Majestad fijar dicha ciudad en aquel asiento, aprobando y laudando todo lo hecho y lo actuado sobre la fundación y reedificación con el nombre de Trujillo  de Nuestra Señora de la Paz para que ella con su infinita bondad intercediera con su bendito hijo dando Paz, concordia, amistad y conformidad entre sus vecinos”

Antes, en varios lugares de la gran nación Cuica, antiguo territorio indígena sobre el que estaría este estado, los conquistadores españoles establecieron ciudad: Escuque, Motatán, Boconó, Pampán. Allí necesariamente hubo iglesias y por consiguiente, imágenes que fueron trasladadas de unas a otras, o que se quedaron;  entre ellas San Roque, Santiago Apóstol, y por que nó la misma imagen de Nuestra Señora de la Paz. Esto lo deducimos por las primeras cofradías. Lo cierto es que el nombre y la imagen de la Virgen de la Paz está entre nosotros desde los primeros tiempos, en la crónica: “La Capilla de Nuestra Señora de la Asunción”, incluida en su libro crónicas del Boconó de ayer (segunda serie), el autorizado cronista José Ma. Baptista dice: “Fue alrededor del año de gracia de 1765 cuando el Pbro. Antonio Sarmiento obtuvo autorización para construirla y para que en ella pudieran realizarse algunas funciones del culto, tales como Misas, bautismo, oficios de difuntos, etc.” (p.9). Y dice más adelante: “Había nueve cuadros al óleo representando a San Miguel, San Rafael, San Isidro, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de la Paz (subrayado nuestro), San Francisco, Nuestra Señora de la Concepción, San Antonio de Padua y la Divina Pastora.” (p. 10)

Antes de esta Iglesia Matriz, o Catedral, en el centro de la pequeña urbe trujillana, hubo dos pequeñas construcciones fabricadas en las décadas finales del siglo XVI e iniciales del XVII. Historiadores coinciden sobre este hecho, fundamentados en  los escritos del obispo Mariano Martí. Luego de investigar sobre esto, Monseñor Hernández  Peña, en su interesante trabajo, “Esta Iglesia Parroquial de Trujillo” asienta: “Sobre  el lugar sagrado que pisamos hubo sucesivamente dos templos antes del año 1630, que señalan el comienzo del tercero y último que es el que nos abraza en este instante (…) Sobre la parcela de cien varas por lado se construyó un rústico templo de una sola nave, con paredes de bahareque, techos de palma y pisos de ladrillo. Aquella iglesia, continúa diciendo Hernández Peña, atendida por los misioneros dominicos desde 1606, no estaba hecha para desafiar tanto aguacero y ventolina”.

“Es el obispo de caracas y Venezuela, Antonio de Alzega, de la orden de San Francisco, quien por 1608, ordena la erección de una nueva iglesia. Es la que se reedifica con el título de “Señor Santiago”. Y cita a Briceño Iragorry quien asienta que, “en las partidas bautismales del siglo XVI yo he leído: estando en la Santa Iglesia Parroquial de el Señor Santiago Apóstol. También se llama por entonces de “Nuestra Señora de la Paz”. Subsistió este nombre por coincidir con el de la propia ciudad.” 

 En estas pequeñas iglesias tuvo que haber imágenes, esencialmente de estos epónimos; y, por lógica, la de la Virgen de la Paz, que era la Protectora de la ciudad.

Hacia 1629 o 1630, es cuando se comienza la edificación de la tercera Iglesia Matriz de la ya formada y fortalecida ciudad de Trujillo. Con toda propiedad en su trabajo “La Catedral de Trujillo”  el historiador  Marcos Rubén Carrillo relata todo ese proceso de construcción hasta 1662, fecha fundamental de la historia eclesial trujillana, en que se inaugura y bendice la célebre Iglesia Matriz que nos ha cobijado desde entonces a los trujillanos. Dice Carrillo que, “tras una serie de vicisitudes, finalmente en 1662 se concluye la estructura de la Iglesia, se bendijo y se dio al servicio del culto”. Allí, en su interior, ha debido estar entronizada la imagen protectora de la Virgen de la Paz. Así tuvo que ser, por lo que refiere Carrillo, cuando dice: “Para las ceremonias de bendición se acordó hacer fiestas rumbosas en honor a Nuestra Señora de la Paz. Componían la junta de festejos el alcalde, un alférez, dos diputados y tres notables de la ciudad, se convino en que el festival fuese de misas solemnes, toros y máscaras, se acordó el completo aderezo de las calles y plazas se acordó prender luminarias y se decretó la obligación  de acompañar el estandarte real  y la procesión bajo la pena de multa de cuatro pesos a ocho reales de buena plata a los que no concurrieren, sobre todo los de a caballo.”

Es cierto, como dice monseñor Hernández Peña: “Siempre han caminado juntos Trujillo y su dulce Patrona. Desde la más temprana edad de la ciudad, su nombre ha sido Trujillo de Nuestra Señora de la Paz, o Nuestra Señora de la Paz de Trujillo, como se lee en los documentos primigenios, y luego por varios siglos también hasta la reducción moderna que  sólo dejó la designación civil o política”. En todo caso: “La misma persona de la Madre de Trujillo y Señora de la Paz nos alegra”, confiesa el citado autor. Y agrega: “Cuando nuestros abuelos trujillanos de cuatro siglos atrás peregrinaban en busca de su ‘tierra de promisión’ para el asiento definitivo, la Virgen Santísima de la Paz era entre aquellos romeros como una nueva. ‘Arca de la Alianza’ como ‘columna de nube’ en este éxodo andino indicado una esperanza, una presencia, un amparo. Valle de los Mucas o Quebrada de los Cedros; poco importaba el nombre a aquellos voluntarios pobladores que con sus bártulos y su Señora de la Paz a cuestas iban tomando posesión de este verde collado en 1571. Ya no hay más que un nombre y para siempre: ‘Trujillo de Nuestra Señora de la Paz”.