Rostro del amor es diciembre con la frenética emoción
de sus días. Este último mes del año nos impulsa a buscar la felicidad en lo
que de humana tiene y se desafían las cosas terrestres, las hechuras del hombre
para buscar un horizonte distinto representado por el nacimiento del Niño
Dios, a quien todos cantamos con una gran esperanza. En diciembre se incineran
los malos momentos, nos apartamos un poco de nuestras preocupaciones habituales
para redefinir nuestra propia vida en la felicidad y en la prosperidad. Desear
un feliz año nuevo no es otra cosa que alimentar una esperanza, una vida mejor.
Que este diciembre sea de reencuentro y de fraternidad
entre todos los trujillanos. Es nuestro mejor deseo.
CANTOS DE LA NAVIDAD
Siempre por este tiempo final del año llega a
nuestras casas pesebres grandes o pequeños pero todos receptores de luces y de
adornos brillantes. Como condición para hacerlos real y pascualmente festivos.
Las mujeres de la casa, que son las que fabrican siempre la navidad hogareña,
sacan de viejas cajas las cosas guardadas desde el año anterior. Así se van
redescubriendo, entre otros adornos, las lindas estrellas cubiertas de
escarcha. De la destartalada caja de cartón van emergiendo otros típicos
juguetes navideños; tenues campanitas, muchos angelitos y muñecos de anime,
casi en su totalidad pastores que merodearán en los días pascuales por los
alrededores del Nacimiento. La navidad tiene que gustar a todos. No hay fecha
más cargada de alegría que esta época final del año cuando desaparecen las
privaciones y las calamidades para la celebración efusiva del advenimiento del
Niño Dios, redentor del mundo. Por esta consideración, fundamentalmente, nos
gusta la navidad, y la celebramos con alborozo y entusiasmo. La humanidad
festeja la Natividad. Tiene que ser así para darle sabor del amor a todo cuanto
nos rodea. “Cantemos a la Virgen/ con fervor/ y regalemos flores/ a nuestro
redentor./ Adoremos al Niño./ Salvador/ Y bendigamos todos/ Tan hermoso primor”.
En el tiempo continúa fluyendo el ideal de la
Navidad. La humanidad está sujeta a cambios, de acuerdo; pero algo hay en el
fondo de esta tradición que resiste el embate del tiempo, para consolidarse cada
año en el espíritu de todos los pueblos del mundo. La alegría contemplativa de la
Navidad nos hace ver diferente el entorno festivo que siempre nos envuelve. La
navidad es la fiesta del pueblo, que asiste expectante al nacimiento del Niño
Dios, que es cosa bella en el canto aguinaldero, primordialmente por ser el
hijo de la Virgen, que lo levanta para que de inmediato reciba el alumbramiento
de una inmensa estrella. Los recuerdos más amorosos de la vida fluyen en la
navidad. En estos días percibimos la alucinación de los buenos tiempos, que nos
cubren con su manto de paz y felicidad. La luz de las estrellas que alumbra al Niño
Dios, trae hasta nosotros sus reflejos y sus rayos nos bañan. En la Navidad
surgen por doquier los mayores deseos amorosos de la humanidad. La Navidad es
un sueño del que nunca deberán despertar los pueblos, para de esta manera,
evitar conflictos y guerras, que diezman la población y pronostican los días
finales de la humanidad. La música de la navidad es un elixir del alma para
hacer más felices a los hombres. “Nació el Redentor, nació, nació,/ en humilde
cuna, nació, nació,/ para dar al hombre la paz, la paz,/ paz y ternura, ventura
y paz”.
La navidad exige del hombre que justifique su
existencia sobre la tierra. La navidad exige un hombre lleno de vida interior,
que sepa entender su condición afectiva para el anhelo inveterado de la paz y
de la concordia, antes que otra consideración de tipo material. La Navidad tiene
que ser una época en la que el hombre entienda los postulados del espíritu por
encima de todo lo demás. El tiempo de la navidad es una permanente carga de luminosidad.
Básicamente la noche que es espléndida, que llena de luz radiante, que es la Nochebuena
en la que nace el Salvador del mundo, Emmanuel llamado. Si aprendiéramos el mensaje
del canto que nos habla de un Dios cargado de humildad, que se muestra así para
que el ser humano también se recubra de humildad, como tiene que ser. Dios humanizado
es toda una bondad. De este modo canta el aguinaldo. Y quisiéramos ver al hombre
también humanizado, pensando y actuando en función de los demás, antes que de sí
mismo. Un individuo cargado de bondad, como requisito esencial para que existan
la igualdad y la justicia... “Noche de paz/ noche de amor/ todo duerme en
derredor/ sólo vela mirando la faz/ una Virgen que en su amor/ canta tierna al
Niño Dios”.
POESÍA DE LA NAVIDAD
Como forma
expresiva, la poesía demanda caminos superficiales y profundos y temas que
también desandan vertientes exteriores de sencillos planteamientos, así como
laberintos aparentemente inaccesibles. En todo caso, su sentido último es la
estética del pensamiento propuesta para que el hombre dé rienda suelta a su
libertad de creación por medio del lenguaje, o mejor, de la palabra, con la que
suele oficiar sus propuestas. Con su palabra el poeta explora los universos
infinitos de las posibilidades, material con el que escruta los mundos más
diversos y construye sus revelaciones. La poesía es un comportamiento eminentemente
interior, recogedor de los estremecimientos; un juego abierto de
correspondencias entre el sentir y el ser por medio del lenguaje. Y siempre ha
sido así durante las épocas y los años, la armonización de la palabra del
código poético va dejando fluir las ideas, como si se dictara una meditación o
como si hubiese un repartimiento del pensamiento con el cual decir lo pensado y
lo hablado.
En toda circunstancia,
se escucha el grito silencioso del verso, el largo hastío del mundo interior,
la canción del tiempo inventada en la conciencia con la que se nombran las
edades del tiempo que son las mismas edades de la poesía. Las realidades
entonces se hacen inmutables, se quedan mudas y guardadas detrás del poema,
hasta que llega el instante vital de la resurrección, del minuto al siglo, pues
la poesía es capaz de devorar los siglos siendo que es el eterno caos detenido.
Así, de pronto, tropezamos por necesidad con propuestas poéticas sobre un tema
o asunto determinado, en este caso, con una poética cuyo referente es la
Navidad. Y aparece ante nosotros ese código concreto con una extensa fundamentación
de pormenores relacionados con esa voz antigua y desnuda como una piedra; la Navidad,
y versos narradores de las memorias fúlgidas que hablan del suceso público,
todo ello enmarcado por el mágico esplendor de la poesía.
Del ciclo
Evangélico, de la Suma Poética, podemos leer un poema de Francisco de Ocaña,
titulado Camino de Belén: "Caminad, Esposa, / Virgen Singular, / que los
gallos cantan / cerca está el lugar"... "Caminad, Señora, / bien de
todo bien, / que antes de una hora / somos en Befen, / y allá muy bien /
podréis reposar"... Dos estrofas bastan para hallar ese caracol eterno por
el que circula el lenguaje de la poesía navideña; las palabras que responden a
un manifiesto repetitivo como un circular estribillo que nos habla del reencuentro
con aquella luz del Nacimiento que hace suya la eternidad por el prodigio y la
magicidad de la creencia religiosa.
Y de
inmediato nos encontramos con otra huella poética que pertenece a Fray Ambrosio
de Montesinos. Es un poema titulado en latín In Nativitate Christi. Este es un
dialogado entre los personajes involucrados en el suceso del Nacimiento del
Niño Dios; poema para ser representado. Dice Fray Ambrosio; "-¿Si dormís,
esposo, / de mi más amado / -No; que de tu gloria / estoy desvelado./ Josef.
¿Quién puede dormir, / ¡oh reina del cielo! / viendo ya venir / ángeles en
vuelo, / ¿ay!, a te servir, / tendidos por el suelo? / porque sola eres / del
cielo traslado. / María, a mi parecer, / esposo leal, / ya quiere nacer / el
Rey eterno; / así debe ser, / pues este portal / claro paraíso / se nos ha
tomado /.
Las figuras
van apareciendo en sucesión que el tiempo no ha podido cambiar, y si la
historia de la Navidad es estable o inmutable, lo mismo ocurre con la poesía de
la Navidad, que nos presenta personajes y situaciones generacionales detenidas
sin posibilidad alguna de agregados ni de desfiguraciones. La poesía navideña
tiene el impresionante valor del repetitivo: el tema no cambia sino en leves alteraciones
nada más; sólo la inventiva de la palabra es lo novedoso, el esfuerzo poético
de proponer elogios y exaltaciones sobre
un conjunto humano que es una sola y definitiva estampa mantenida por siglos.
La poesía
no es más, como tal, que "una invención de la palabra" esta palabra
en el mundo del escritor se va solidificando, tomando un cuerpo preciso desde la
perspectiva del hacer poético, hasta definir un hecho concreto como
consecuencia visible u observable de lo que antes fue ficción. Todo poema es la
sublime emanación de un acto de creación que se hace con la palabra. Se crea
con una palabra mediante un divertimento constructivo que debe su existencia a
la mezcla de "figuras mediante procedimientos esenciales", como dice
Cohen.
En la
poesía, lo propio de la palabra es la libertad de combinaciones. Y así toma
cuerpo preciso ese edificio de signos que nos ablandan o endurecen en el
momento de la confrontación. Por caso, el soneto Diciembre del poeta parnasiano
venezolano Luis Churión, que nos llena de nostalgia y nos altera de angustia por
lo que dice: "Oh buen sol de diciembre, hasta mi huerto / nos vienes a mirar
hondos estragos, / por si rompen en flor sus jaramagos / la pascua azul de
navidad no ha muerto / Hermano de fulgor que rumbo cierto / me da en la estrella
de los Reyes Magos, / con un beso tenaz brota en halagos / de mi jardín por
entre el muro abierto. / Y ya de que los ciertos otoñales / el ímpetu desflora
los rosales / y abate en un temblor los jazmineros, / ella cambia en un bien todos
mis daños, / y ante su azul de mis temidos años, / hace un jubilo blanco de
corderos". Sí, es que la Navidad cambia la tristeza por la alegría; aún
nostálgico su rostro no tiene sino amor de cantos vivos porque la Navidad no es
otra cosa que un pequeño cielo que todos formamos para llenarnos de azules el
alma.
En todo
trance y ambiente, el poeta percibe de una manera especial la Navidad. Le canta
tierra arriba, tierra abajo, con su ramaje de versos. Esto sucede porque hay
una percepción especial de la fiesta, con un sentido más profundo, porque se
siente una necesidad de meditación de la que luego eclosionan los claroscuros
de las plegarias. En la aldea, para el poeta, la noche buena es: "La
noche, de zafiro, coronada / de trémulos diamantes brilladores; / y la luna
-magnolia de esplendores- /surgiendo tras la selva perfumada"... mientras
que, en la ciudad, dice el poeta: "La ciudad, bajo el cielo peregrino / de
azul perlas, plácida se extiende, / Y Diana a ella taciturna prende / su
diáfano cendal alabastrino". / (Gabriel E. Muñoz, poeta venezolano)... La
misma historia. Es la efímera circunstancia de la celebración de la que el
hombre se posesiona enfebrecido, en la que hay "gente alborozada chocar
con copas, cantos vibradores"... y a lo lejos, gentil, llena de flores, /
la lugareña ermita iluminada”.
Narra el poeta
versificadamente: "En las bohemias copas ríe el vino / en los rostros el
júbilo se enciende; / y el áureo son de las campanas hiende, / claro y
triunfal, el éter cristalino. / En la suntuosa catedral radiante / piensa el
bardo en su fe -cirio expirante- / frente a un altar de gemas y escarlata..."
La poesía
de la Navidad es pura y de versos cristalinos. Es una poesía para el elogio y
el canto, principalmente, aunque a veces deja escapar ráfagas de crítica. A
veces, no va más allá de la simple evocación y de la exaltación poética de un
acto de fe y devoción. En todas las épocas las expresiones poéticas de la
Navidad son un canto a la vida. La verbalización del poema apunta a esa
sensación de amor, de rendición y postración ante un suceso revelador como lo
es el nacimiento del Niño Dios. Si él logra algún trascendentalismo, esto viene
dado por el elogio, por la constante fe demostrada. Hay aquí un auténtico libre
fluir de la conciencia dado por la fe y la creencia religiosa, básicamente...
Veamos lo que se plantea en este villancico que pertenece al poeta Rafael
Montesinos: "Lloran los Panderos / por la Navidad, / porque en esta tierra
/ ya no hay caridad /... No de carne, sino / del barro de Adán / (antes de
aquel soplo) / bajo su portal, / hay un niño. Llora, / terco en su llorar, /
hace veinte siglos / ya / ...Un ángel de tierra... Pide / buena voluntad. /
Pero nadie escucha / ya /. Pastores de arcilla / marchan al portal. / Pastores
y hombres / unen su cantar, / que de barro vienen / y hacia el barro van, /
muerte y sólo barro / ya".
La poesía
de la Navidad es sencilla, tiene que serlo. Por lógica, la estructura de este lenguaje no puede obedecer a la rigurosidad de la
desviación del código, ni puede pretender (no es necesario hacerlo), una
marcada separación del código de la lengua. En esta poesía se tiende mucho a
una significación primaria. Es enteramente descriptiva en una escenografía en
la que aparecen contados personajes. La poesía, en este caso, vendría a ser
entonces, el pesebre hecho con palabras. Aquí no es posible hablar de rupturas
ni de inconsecuencias del lenguaje; que, por lo contrario, es más afectivo que
intelectual, más atenido a cuadros lógicos y gramaticales, concretado a la
propia limitación de los temas y asuntos. Esto es fácilmente perceptible... Del
mismo autor Rafael Montesinos, citamos un retablillo de navidad, que dice: "Pastores, Dios ha nacido /
sobre un pesebre, Aleluya. / Pastores, cantad conmigo: / Gloría a Dios en las
alturas. / Desde el cielo he traído / mis alas hasta su cuna / Pastores, cantad
conmigo: / Gloria a Dios en las alturas.
Ni en la
adversidad es triste la Navidad. El hombre, movido por la piedad de la fiesta
decembrina, hace un alto en su dolor para trastocarlo por una incontenible
alegría que se torna en virtud y fe por la vida... Se tiene la necesidad de no
quedarse en el dolor, se abren y vislumbran nuevos caminos de luz, hay una
indagación por la esperanza y el desvelo es una apertura a la vida en plenitud.
La poesía tiene la virtud de abrir los mecanismos de la fantasía con la que el
poeta abre una escisión para dar rienda suelta a su imaginación y escape hacia
la libertad. Así lo captamos en este sonetillo de Alfredo Arvelo Larriva,
titulado Noche Buena: Dijérase una ilusión. / Es noche de Navidad; / y, mientras
que la ciudad / difunde su agitación / en torno a mi soledad, / viene la
muchacha y con / ella la felicidad / suprema. Y en la prisión / revivo la
libertad, / con una intensa emoción/que pone sueños, bondad, / ternura, en mi
corazón; / y en la rugiente pasión / de mis rencores, piedad".
Por el
tránsito continuo de los siglos, la poética navideña nos da una visión de
conjunto de esta fiesta tradicional. Es como la sustentación de un orden
inacabable, de una temática genérica, una misma manera de plantear aquel
suceso, símbolo de la cristiandad. La poesía navideña existe en todos los
lugares fundida en la propia vocación humana de la exaltación. Es una señal de
amor, un constante reflujo de imágenes que se entornan al hecho del Nacimiento
de Dios. Esta poesía nos alienta por ser un augurio de fe, una oración de amor
reverencial, un canto constante a la glorificación de una fiesta con pleno
vigor para los que sentimos y vivimos la alegría de la vida. Y es, porque en la
palabra poética, la Navidad también nos llena a todos de una inmensa alegría.
AGUINALDOS
Desde los rituales de nuestros más viejos ancestros
se conocen los aguinaldos. Ellos son palabra y música de antiguo. En ellos se
desnuda diciembre hecho gozo y esplendor. Palabra musical decembrina siempre,
Aguinaldo es un poema de amor que reluce en el tiempo de la pascua.
Nos hablan de las profecías del pueblo, que es
quien los compone por medio de la inteligencia creadora del compositor. A los
aguinaldos se les pone alas para que viajen por todos los caminos y puedan
hacer felices a los humanos, enternecidos con sus decires y sus ritmos
sencillos, como este coro dirigido a los dichosos mortales: “Derrama una
estrella / divino fulgor: / hermosa doncella / nos da el Salvador”.
Todo aguinaldo es la primera luz que quita las
tinieblas al mes de diciembre, por eso amamos tanto estos cantos que son hechos
con el ritual de la adoración a Dios por medio de su hijo. Todo aguinaldo es el
hallazgo de las alegrías finales del año. Ellos nos dan las últimas horas del
año bañadas de canto. Advienen felices y esperanzadores como un códice de luz
para anunciarnos la fiesta de la creación, ecos de fríos y alabanzas, repiques
de campanas en los templos, y otras menudencias espirituales presentes en la
Navidad.
El aguinaldo obra el milagro de detener nuestra luz
para querer vivir eternamente con la vista puesta en la historia de la ciudad,
de esta ciudad de cada uno de nosotros; villa convertida en campo cuando se
sabe florecida con la nota luminosa de la alegre navidad: “Dichosos mortales, /
ya brilla en Oriente / la aurora que anuncia / al Dios refulgente”.
A la espléndida noche de la Navidad se abren las
puertas del tiempo y las del corazón. En sus días todo es sencillo. Para
referirse a un niño, por ejemplo, no puede haber otra cosa que frases
sencillas, por eso, las letras de los aguinaldos son estrofas superficiales en
la forma y el fondo, pero con un simbolismo que se adentra en el alma
colectiva... Todo aguinaldo es una fácil gracia dirigida a la exaltación del
Redentor... La noche de la Navidad se despoja totalmente de sombras, y se hace
radiante de luz. Es Nochebuena y nace Jesús. Y este niño bueno se levanta
reciente en sus orígenes, porque su origen es eterno, y no cesa nunca de pasar
el detenido día de su Nacimiento... Nació con los ojos abiertos para mirarlo
todo a su alrededor. En él se originaron la promesa y la esperanza. En tal
sentido, la estrofa del aguinaldo solicita que todos acudamos a su adoración y
que nos vistamos de humildad para ir a su lado, considerando que en esencia
todo niño es bondadoso e inspira bondad, mayormente éste que es hijo de Dios,
humanizado desde la primera vez que se hizo carne y se descubrió en él la
Verdad... El aguinaldo nos trae al niño Dios, y nos lleva hasta él para que
nunca esté solo, puesto que el Ungido, por principio, jamás estará solo.
El aguinaldo pide que se den rosas a María, Madre
de Dios. Son las flores que se ofrecen en agasajo a quien identifica a la madre
por el candor de la pureza y la fidelidad. A la par de la flor se otorga a la
Madre un canto sencillo que le habla del hijo y de la fe, que ambos sustancian
el concepto universal de la paz. Flor y música es la ofrenda. Es el eco del
mensaje navideño a la Madre de Dios, que dio a la luz el hijo en la cuna
vegetal del pequeño pesebre donde pernoctó en la noche. El aguinaldo es
entonces el amanecer de la música con que se adora. Sencillo lenguaje
ofrendoso, fresco como el agua de la fuente o el verdor del musgo montañés que
adorna la casa del Elegido. El aguinaldo ofrece a la Señora los loores del
agradecimiento, las flores con los colores vivos de los pájaros, los cantos
como epopeya inocente de los que se sienten ya protegidos por el Redentor...
“Los Ángeles cantan gloria, / sin descanso, noche y día, / para honrar en el
pesebre / a Jesús, José y María”.
Y las ovejillas se posan asustadas sobre los filos
de las breves montañas, que el tiempo tradicional llena de tupida vegetación,
pero que las sabemos primigeniamente despejadas y resbaladizas en la cuenta de
la realidad. Cual claridad en la epopeya de la navidad, los pequeños animales
dan cuerpo al simbolismo de la pureza que ha de caracterizar al Niño Dios. Las
ovejas ornamentan el portal de Belén en toda la inmortal jornada de la
Anunciación. En ella está también la vida, la blanca aurora de aquel Infante
que vino para quitar las sombras de la humanidad.
De pronto, en la noche profunda, brilla una
estrella en el Oriente. Apareció al tiempo de concebirse otra luz: el Niño
Jesús... El esplendor es cegante. Es una luz muy especial que anuncia la
presencia del Divino Sol, de la auténtica luz de salvación, de la que vino al
seguimiento humano como camino de salvación, es decir, la luz que significa
Dios, el Dios de los cristianos. Por eso el aguinaldo dice: “Brilla en el
Oriente / con gran esplendor / la aurora que anuncia / al Divino Sol”.
Dios lo era todo, lo es todo: lo más alto y
absoluto, la justicia, la fe y la redención. Lejano y hondo aparece este canto
en la memoria. Es un pozo de melodías en el recuerdo nuestro. Tiene sabor de
eternidad, y, justamente, habla de la eternidad del Emmanuel del Mundo, del que
nació como Rey y Salvador, para el rescate de la humanidad de las garras de lo
malo. Con Dios nada de lo malo existe. El canto así lo proclama: “almas
redimidas, / si glorias queréis / la gloría del cielo / venid y veréis”.
La gloria es eso pozo de eternidad feliz que ofrece
el Niño Dios a las criaturas que se colocan a su vera. La vida deviene como una
permanente adoración que busca la gloria por la eternidad del bien. En Dios
está el principio y el final, el eco eterno de la salvación. Por eso redime y
rescata. A su lado, en su pesebre eterno debe colocarse el ser humano para que
nunca llegue a flotar en la nada del mundo, signo alrededor de esta señal de
esperanza que en la Navidad nos viene dado por los cielos y las estrellas, por
los tantos pastores que nos muestran su luz para saber llegar, al “Portal
sacrosanto / al Pesebre de honor / a esa dulzura inefable / a ese divino
esplendor...”.
En el aguinaldo está también la luna. Dios nació
una noche en Belén: noche plena de estrellas y de luna, como quiera que se
necesitaba mucha luz para enceguecer de admiración al mundo. Aquella noche
parecía más bien un sol de mañana abierta, había música y pájaros alrededor.
Los aguinaldos describen la historia magnífica del Niño Dios. La gloriosa
hazaña de su nacimiento, la inmortal Jornada de su advenimiento en el sencillo
portal. “Al claro y sereno/ fulgor de la luna, cuenta la historia/ del Dios
humanado/ que brilla en la cuna/ cual astro eternal,/ alzad, oh mortales/
espléndido coro/ al eco vibrante/ de cítara de oro/ cantemos la gloria/ la
gloria inmortal”.
Nada hay que supere la sencilla poesía de los
aguinaldos; cantos de navidad como planticas musicales sembradas en cada
corazón para venir a hablarnos de la presencia del Hijo de Dios; de aquel
amanecer humano proveniente de la noche de Belén, nacido en el portal ligero,
ingenuo, como si hubiese sido preparado de antemano para el suceso de las cosas
más sencillas del universo cristiano: el nacimiento del Niño Jesús... Sencillo,
sí, con toda la carga de historia que traería consigo el que sería luz del
universo y paz del corazón.
Evocamos a través de los aguinaldos, cantos dulces,
prístinos, sencillos. Siempre los aguinaldos llegan a las fibras del alma, a lo
profundo del espíritu, como una revelación de amor por tantas cosas que definen
nuestra propia biografía. Cantos de pastores escuchados en todos los lares. Las
pascuas como palabra y signo de redención. Las tradiciones visten el alma
nuestra, la llenan de luces, de colores, de sonidos. Nadie es insensible a la
Navidad, a los signos pascuales, a esa concurrencia espiritual tan llena de
todas las cosas. Desde Belén se viste la Navidad del mundo. Desde allá viene
cantando a la Nochebuena en que nació Jesús el Redentor.
Evocando a través de la música que hace el pueblo
mismo, o por medio de los compositores. Qué gran ternura tiene la música de la Navidad,
cómo nos anima a todos sin distingos, cuánto nos identifica esta música que
suena y resuena por todas partes. Qué inmenso sortilegio tiene la música de la
Navidad. Se renueva nuestro espíritu al son de un aguinaldo, de un canto de
parranda, de una gaita. Los grupos musicales representan el sentir espiritual
de todo pueblo. Ellos ensayan por un tiempo para darle definición plena al
lapso de la Navidad y de las Pascuas floridas. Traen en sus cantos todos los
signos y las estampas que constituyen la totalidad de la Navidad. Así vemos que
hablan de San José, la Virgen y el Niño; hablan de los “Reyes Magos”, de las
tierras de Belén y sus alrededores; hablan del pesebre y de los pastores, de las
ovejas que pastan en los predios aledaños. Las pascuas navideñas son una
porción importante de la biografía del mundo, acaso la parte más sensible y
espiritual de la historia de la humanidad, y nadie escapa a su sortilegio, a su
significado interior, a su carga de sentimientos y afectos.
En los aguinaldos (hablemos de los aguinaldos
venezolanos) se condensa el sentimiento histórico del país por la Navidad.
Desde los inicios de la ciudad grande, hasta bajar a lo más interior de los
pueblos, los cantos aguinalderos van surgiendo o brotando en todas partes. No
hay comarca venezolana que no haya producido un canto de paz decembrino. Y así,
muchos autores desde el siglo XVIII (al menos desde esta fecha están
recopilados los cantos) “hicieron composición de villancicos para amenizar las
Misas de Aguinaldos que en Venezuela se celebran en horas de la madrugada
(gratísima tradición que aún se conserva) desde el día 16 hasta el 23 de
diciembre, para culminar en la Misa de Gallo, cuyo 'Gloria' se canta al filo de
la medianoche, y, luego, por las noches subsecuentes, resonaban en los Nacimientos
o Pesebres domésticos, los cuales se mantenían expuestos hasta el 2 de febrero,
día festivo de la Candelaria.
Hacia mediados del siglo XIX, el influjo de la Contradanza
y de la Danza, bailes de figuraciones elegantes y de técnica muy complicada,
surgió la forma definitiva del aguinaldo venezolano, gracias al ingenio de Rafael
Izaza y de Ricardo Pérez, quienes son los más notables cultivadores de ese
género de composición sacro-profana”.
Es infinita la lista de los cantos navideños
venezolanos. La historia los va definiendo representativos de regiones y de
autores, no tanto en la escasa dimensión de los siglos anteriores (XVIII y
XIX), pero si ahora por la proliferación de la música a escala nacional.
Nombres llenos de belleza tradicional podemos citar “Oh, Virgen Pura” de Rafael
Izaza, y del mismo autor los aguinaldos “Los Ecos”, “De Contento”, “Venid”, “Oh,
Enmanuel”, “Purísima”, “Como el rocío”; del compositor Ricardo Pérez se conoce
un aguinaldo muy célebre que no falta en ninguna navidad: “A ti te cantamos”...
A ti te cantamos, / preciosa María / y de ti esperamos / Paz y alegría... “Nació
el Redentor”, pertenece también a su autoría, lo mismo que “Espléndida noche”.
La lista es larga, y queremos decir que los
aguinaldos nos representan como venezolanos de honda sensibilidad espiritual, como
hijos y herederos de la pureza de Dios, como poseedores de la mejor identidad
cristiana y católica, y como amantes de la paz, a lo largo de esa hermosa
historia que se repite cada año hasta la inmensidad de los tiempos, pues jamás
cederá esta tradición, acaso la más grande y completa del mundo, que envuelve
al hombre y lo carga de una potencialidad interior para divisar y practicar el
amor, la confraternidad y la convivencia, entre otras cualidades afectivas.