La
historia menuda de la ciudad de Trujillo no ha sido otra cosa en el tiempo que
una gran conexión familiar, un encuentro de intereses y preocupaciones familiares
por dar vida a las tradiciones por medio
de actividades encaminadas a mantener y
actualizar hechos y circunstancias vivenciales. Son nexos familiares y
conexiones derivadas de los nudos históricos
que aparecen cuando se trata de acometer una tarea de vinculación entre el presente
y el pasado. Y siempre ocurre lo mismo, como podemos ver en el caso de la
historia del Santo Sepulcro de la Iglesia de Chiquinquirá. Y a la luz de la
verdad es, ha sido el grupo familiar, el que ha procurado y conseguido cosas
para las instituciones citadinas, esencialmente para las iglesias, tanto así
que de proponerse un inventario histórico de su contenido con respecto a las
imágenes, pues todas ellas han provenido
directa o indirectamente de la acción familiar como es comprobable si se
investiga en periódicos, memorias y otros documentos testimoniales.
En
una recopilación mía sobre la iglesia en la ciudad, en lo que respecta al Santo
Sepulcro, pregunté: ¿Y lo del Santo Sepulcro?, para responder: “Esta historia
es interesante y tiene un matiz de rareza por los testimonios. Algunos sostienen
que el Santo Sepulcro vino inicialmente para la santa Iglesia Matriz (no es
cierto). Sépase que según fuentes periodísticas la iglesia Matriz fue
consagrada Catedral en aquel año de 1912 –en septiembre-, en el homenaje al
padre Estanislao Carrillo. Y por tal
acontecimiento se la dotó de imágenes y ornamentos, quizás el más resaltante,
fue un santo Nazareno que permanece en ella. Joaquín Delgado dice: “Cinco
Capillas lucen la incomparable belleza de esas imágenes a todo lo largo de sus
naves laterales. El Bautisterio, pintura de otro artista italiano, Don Luis
Fontana, quien fue llamado para decorar al óleo aquel templo. El Nazareno, obra maestra que tiene sus
símiles con la imagen del Nazareno de San Pablo en Caracas, donada al templo
por Don Juan Bautista Carrillo Guerra y Otros…”
Es
cierto, que el Santo Sepulcro fue traído
a Trujillo directamente para la iglesia de Chiquinquirá. Testimonios fehacientes como los de las familias Carrillo
Braschi y Urdaneta Braschi, sostienen que efectivamente el Santo Sepulcro llegó
a Trujillo en los meses finales de 1912,o principios de 1913, donado por Juan Vicente Gómez para la iglesia de la Chiquinquirá, pues su
principal animadora por muchos años fue la señora María Braschi de Iragorry, y su
esposo Don Andrés Iragorry, ciudadano de prestigio en aquel tiempo, quien encabezó la
petición que fue correspondida por el mandatario nacional. La señora
María vivió siempre en la calle Independencia entre las esquinas de los Carrillo y esquina
de los Durán; lugar que corresponde hoy,
entre el Viejo Almacén Maldonado y la Casa del Pueblo. Y cuentan que en sus últimos años de vida la noble dama esperaba la bajada
de la procesión en el frente de su casa, y allí hacía una parada el cortejo para que ella
besara a Jesús yacente en la urna del
Santo Entierro, que luego proseguía hasta la casona de la esquina, abajo. Y Aquí,
en la esquina Carrillo, se encontraba con la sagrada imagen de La Dolorosa y la
marcha procesional continuaba su lento
caminar hasta la Iglesia Matriz.
Si
se escudriña bien la historia de estas
dos iglesias principales de la ciudad, se conocerá que hubo lapsos intermitentes
en que el Santo Sepulcro pernoctó en la iglesia Matriz. En la década del
cuarenta, siendo párroco el padre Juan de Dios Andrade, hubo la reparación
total de la iglesia de Chiquinquirá, y los santos y ornamentos hubieron de ser
repartidos. El Santo Sepulcro estuvo un tiempo en Matriz hasta que fue
regresado. Luego, con motivo de la construcción del nuevo templo, fue llevada
la santa imagen al templo principal, para regresar nuevamente a su parroquia
chiquinquirense.
Los
vínculos, nexos familiares, repito, han
sido los grandes propiciadores de las donaciones que han tenido nuestros
templos citadinos aquí en Trujillo. Los
más representativos, Juan Bautista Carrillo Guerra entre finales del siglo XIX
y principios del siglo XX, luego las generosas hermanas Carrillo Márquez -
Carrillo Guerra, que se cansaron de donar durante la primera mitad del siglo
XX, entre otras donaciones, la Casa Hogar Monseñor Carrillo, los primeros
terrenos para la construcción del Seminario, la Capilla del Colegio Santa Ana, hoy Auditorio de la Casa de Carmona del NURR. Y el más generoso mecenas trujillano, Jesús
María Lozada, quien se propuso dotar de testimonios artístico-religiosos a la
ciudad y a más allá, si vemos que fue el donante del sevillano Santo Sepulcro
de Pampanito. Lozada, de larga residencia en Caracas, cada vez que venía a
Trujillo a reencontrarse con familiares y relacionados, traía consigo lámparas,
imágenes, cuadros y otros objetos artísticos que lo mantuvieron representado en la iglesia Matriz y el Country Club “24 de Julio”, institución
social ésta a la que donó la inmensa
lámpara que adorna su cúpula principal, y una serie de lámparas y otros
artefactos ornamentales de menor tamaño para todos los espacios del edificio,
lo mismo que a la iglesia parroquial de Santa Rosa, cuya lámpara principal la dejaron
caer en el momento de su instalación, y Lozada, en un gran gesto de desprendimiento, la sustituyó por otra de la misma calidad.
Otro caso resaltante lo constituye la serie de imágenes del Viacrucis (1942),
que vemos en las paredes de la iglesia Catedral, una donación familiar llegada
desde El Canadá por intermediación del padre Vicente Valera Márquez.
El
fenómeno religioso es luz, tiene que ver mucho con la luz. Por eso la iglesia
es un hogar, porque hogar, dice el diccionario, es sitio donde se enciende la
lumbre. Y la iglesia católica en Trujillo ha sido históricamente ese hogar
familiar y ese parentesco que nos ha unido como una sola hermandad; parentesco
humano-espiritual afectivo que se aparece cada vez que miramos el ayer histórico
para tratar de conocer nuestro destino como comunidad viva y comprometida.
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