Esta
semblanza del profesor Víctor Manuel
Zambrano, que acaba de morir en medio del dolor familiar y amigo, debí
escribirla antes. Y debió, en todo caso,
ser un homenaje ético a una persona
viva que desbordaba capacidad,
cariño y amistad entre nosotros;
existencia que ahora se apaga físicamente,
pero nunca de espíritu ni de
afectos, porque su nombre goza de la gloria eterna, de la misma gloria que merecen aquellas personas que en vida
tuvieron espíritu, afectos y nombre, como una consagración, o mejor aún, que la
lucharon y ganaron por sus realizaciones terrenas.
Hace
tiempo había ese llamado de atención conmigo mismo de comenzar a historiar al profesor
Zambrano como personaje merecedor, no del
elogio, sino del reconocimiento, no de un simple panegírico, sino de escribir sus hechos para una preservación moral, porque en este educador supo prevalecer la
conducta humana, silenciosa pero eficaz, callada pero llena de pedagogía, de
una sana pedagogía en valores, porque el profesor Zambrano tensionó una personalidad integral que todos
le conocimos, los de antes porque supimos de sus actuaciones cuando llegó a
esta ciudad en funciones de supervisión educativa, por los años de la década
del sesenta, y los de luego, porque lo vieron actuar en las
diversas causas que lo motivaron al servicio, como hombre útil para la
formación y conservación de los valores sociales más trujillanos, para la
creación de una ciudadanía apropiada y
trascendente.
Yo
tuve la suerte de ser uno de sus amigos iniciales, de conocer su hoja de vida,
de compartir con él, no posiciones, pero
si inquietudes, ya que desde temprana
edad hemos andando los caminos de la educación. Zambrano venía fortalecido a
hacerse cargo de un organismo que estaba muy debilitado: La Oficina Regional de
Educación de Adultos. Venía de una escuela e hizo escuela. Venía de una legión
andragógica muy nutrida en formación. Era uno de ellos y nombraba con asiduidad
a sus compañeros de campaña. Era la
escuela de educación de adultos, como se llamaba, que tenía de epónimo a Luis Beltrán Prieto Figueroa, y la constituían,
entre otros Félix Adam, Inocente Vásquez, César Navarro Torres, Pedro Tomás
Vásquez, Luis Contreras, Hugo Fernández Oviol…Víctor Manuel Zambrano era uno de esos nombres.
Siendo de ellos él los nombraba con alegría y satisfacción. Eran sus
compañeros. Esos nombres, valiosos todos, se quedaron como paradigmas en medio
de nosotros, gracias a que Zambrano los repetía, como para dar mayor
consistencia a sus delicadas funciones supervisoras.
En
Trujillo, la ciudad epicentro de esa Supervisión, este buen funcionario consiguió
también un grupo profesional de excelentes condiciones, por lo que el éxito de
cada campaña no se hizo esperar. Su
gestión fue positiva, y su arraigo en la ciudad comenzó a gestarse desde entonces,
porque vio aquí un escenario socio-comunitario acordemente apropiado con lo que
era el fundamento de su profesión docente y de su vida total, y lo fue siempre:
la educación y la cultura como proyectos interiores para acrecer el sentido de
la existencia. Zambrano entonces se fue haciendo y se hizo al final, uno de los
ciudadanos de la ciudad: con un grado de compenetración que se convirtió en
amor creciente por lo local, por todo lo que significara trujillanía; en una correspondencia
devenida en trabazón, en abrazo; una
atracción que lo fijó a la tierra para no poder desprenderse ya más, como vemos
que sucede entre el hombre y el suelo, por
ese concepto de siembra y pertenencia,
dupla de ancestros y acervos de que tanto nos habló don Mario
Briceño Iragorry.
Hay
en mí otra deuda contraída con él, porque me pidió reiteradamente que
escribiera sobre el Dr. Miguel Rodríguez Pozo, padre de la señora Consuelo y de
otros hijos llenos de afectuosidad como ella. Lo pude hacer y no lo hice. Tengo
que hacerlo ahora, porque en el fondo de aquel pedimento subyacen valores del
profesor Zambrano, como la afectividad, la lealtad, la familiaridad con los
suyos, la gracia de querer mostrarles lo que conformó la vida de un hombre importante de la
trujillanía, como fue sin duda el doctor Rodríguez Pozo de dilatada actuación
jurídica; mostrar afectos filiales como una pedagogía para la vida de las
nuevas generaciones familiares, y aun, sociales de esta comunidad específica.
Hombre
preocupado, como el más, por la suerte de la ciudad, fue el profesor Víctor
Manuel Zambrano. Tantas veces intervino en jornadas en las que se buscaban las
reivindicaciones que requería esta ciudad nuestra, tan maltratada, y tan vulnerada por
la incomprensión. Hubo dolor en él por Trujillo, y lo manifestó siempre como muchos sabemos porque estuvimos a su lado, y
su voz sonaba y su idea, su inconformidad por un estado de cosas sociales que
no tenían razón de ser en una urbe de tantos aportes, de tanta intelectualidad,
de tantos ciudadanos representativos.
En
los hombres buenos siempre hay la primacía de lo espiritual. Víctor Zambrano goza en su integración como persona que
fue, de esa condición que lo valora y distingue. Estoy hablando en presente
porque quiero destacar que en los grados
de saber los individuos con sus actuaciones dejan traslucir sus principios
esenciales, los rasgos de su personalidad, y en Zambrano no había sino una
apetencia interior, un deseo o un sentido nunca material, sino de adentro, del
corazón, seguramente. Porque cito: El núcleo fundamental del espíritu es el
corazón, el santuario de sentimientos de donde se originan la voluntad, la
energía y la determinación de cualquier persona para su verdadera mejoría en el
interior de sí misma.” Tuvo entonces dolor interior por Trujillo. Y esa preocupación es un agregado
a su valoración como persona y como ser moral.
Formarse
en el servicio con desinterés propio es
una virtud no muy apetecible para el común de las personas, pero lo es en
aquellos que sí tienen desarrollado su mundo interior, que aprenden a sentir
que los ideales tienen tinte moral, que son especie de “categoría del ser, una
forma de cultura, que se hace un saber, un sentir”, por lo que acuñan esa
conducta y la ejercen en todos sus comportamientos. Además, de que hubo en él
la constante observación que brindó a un mandato de la pedagogía cultural que
nos habla sobre que, “el hombre debe perfeccionarse en el mundo”, como un anhelo, una satisfacción
dentro de su propia definición espiritual que lo lleva a la trascendencia. Y
eso hizo en su realidad viviente, cuando mostraba la imagen de una persona
equilibrada y ponderada, sin ostentaciones ningunas, solamente interesado en
vivir en consonancia con su buena formación social, moral y cívica.
Con
este concepto, humanizado, Zambrano fue, por encima de todo, un personaje
sociable, tratable, amigo de todos en la conversación cotidiana que la ejercía
caminando por el centro de la ciudad, sin mirar jerarquías ni escogencias,
porque en el fondo toda palabra vale y dice, cuando se pertenece al ámbito de la
igualdad humana, como simples personas que somos. Responsable en eso de entender
que socialmente todos somos hermanos y
debemos dar causa para la amistad y la
correspondencia. De modo que mucha parte de su personalidad estuvo sustentada
por su sencillez personal, como un don.
Tengan
la seguridad de que la ciudad de Trujillo, por su gran fibra moral, quedará eternamente
agradecida con este ciudadano que llegó a ella un día desde su tierra
tachirense, y comenzó a tejer una historia educativa que sobresalió de su
.ámbito concreto hasta otras dimensiones. Su marca entonces es esa
ejemplificación de haber sido de trabajo
y humilde, y de una gran consistencia
interior como son las personas humanas en su autenticidad.
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