¿Será este de hoy un grado para la realidad o para
la esperanza? ¿Será una simple ilusión?, He aquí dos palabras incluidas,
esperanza e ilusión, que aunque son abstractas, en principio conllevan, sin
embargo, una gran certidumbre cuando las define un propósito de querer ser y de
actuar de acuerdo a una moral y a unos principios. A la esperanza la
caracteriza una intensa fortaleza interior del sueño que comienza a hacerse
realidad, a cumplirse en la veracidad de una situación bien alcanzada por medio
de una entrega y una dedicación; esperanza que nos conecta con una misión como
esa luz de que nos habló Cecilio Acosta para difundirla hacia el destino que realmente
la requiera, a veces con urgencia, como requiere la atención integral nuestro entorno
social. Hacia ese entorno social debemos apuntar entonces.
Y la ilusión, de la que nos debemos llenar
afectivamente como un sentimiento, o una pasión más bien, para ir hacia
adelante sembrando esas utopías de nuestro corazón e irlas regando por donde
transitamos ayudando entonces a la formación de auténtica y verdadera
conciencia social, pues sin la sociedad consciente no puede el individuo
realizar sus fines por más que posea todo el conocimiento y todos los títulos posibles.
Más que acumulación de bienes instruccionales en lo científico y humanístico, debemos
indicarnos la idea de una preparación para la profesión de ciudadano y de hombre.
Y esto viene desde siempre, Platón lo dijo: “La educación tiene por fin dar al cuerpo
y al alma toda la belleza y toda la perfección de que son capaces”. Y lo
sostuvo Kant “Educación es el desenvolvimiento en el hombre de todas las
perfecciones posibles a su naturaleza”.
Hace un llamado el investigador Pérez Esclarín, por
estar muy convencido de que tanto la humanidad, como la educación atraviesan
una profunda crisis de orientación y de sentido. Y dice al respecto: “Quiero
comenzar mis reflexiones sobre la
Educación necesaria para globalizar la esperanza y la solidaridad
con un inmenso llamado al coraje, la ilusión y la creatividad. Sobre todo en
estos tiempos en que se está poniendo de moda el desencanto y la desesperanza;
en que el pragmatismo más ramplón está acabando con los ideales y los sueños, y
el egoísmo e individualismo están siendo considerados como valores esenciales”.
Es justo insistir, como un ritornelo o un eslogan,
en esa necesidad de trabajar con los valores antes que con las apetencias, con
la conciencia y el pensamiento salidos desde la fe de antes que de la razón de ciertos intereses materiales, pues la vida es más
dignidad que otra cosa; es más esperanza que otra cosa; es una dotación de sentimientos,
afectos, cariño, comprensión, es decir, valores. Cárguense desde ahora de esperanzas
y valores con la certidumbre del triunfo y de la misión propuesta, que es esencialmente
la vida profesional.
El NURR es una universidad más que grande, grandiosa;
es un esfuerzo pionero que se viene realizando desde hace muchos años, “en
función superior de contribuir al desarrollo de la región enmarcada entre las
cuencas del río Motatán y del río Boconó, las cuales drenan hacia el lago de Maracaibo
y el Orinoco respectivamente”. Eso dice el documento que le dio vida. Y eso en
el tiempo ha venido obteniendo el resultado de la esperanza y la ilusión, como son
ustedes hoy una esperanza y una ilusión que las pone en el camino la “Casa de
las Luces”, como se llama a la
Universidad, para que en el ejercicio de sus profesiones, entiendan
y practiquen sobremanera los valores que derrotan las iniquidades que
atormentan social y comunalmente; a entender esa vasta paradoja de nuestro
tiempo que está matando el alma de los pueblos y destruyendo increíblemente los
valores del humanismo, porque sabemos que es así y que cunde por doquier una inmoralidad viva que le resta credibilidad
a la acción del ciudadano dentro de su propio entorno comunitario, como vemos sucede
a diario en medio de nosotros.
Es una paradoja real el hecho de que mientras más
profesionales forman las universidades, y mientras más reconocimientos y
títulos se otorgan, más reacios y desinteresados por el común de la gente se muestran
esos profesionales apergaminados que se hacen cómplices de su propio silencio
inactivo e inexcusable a la hora de la participación social. Eso constituye un
grave daño hecho a nuestro tiempo y a nuestra historia generacional.
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