Un hombre hace historia, una biografía
hace historia también. Pero sabemos que la historia hace más que un hombre
solo, porque la biografía del hombre como individuo se nutre de un contexto
familiar y social insoslayable, como vemos en la biografía de los individuos
cuyo camino fue andado por el impulso del entorno desde la más temprana edad.
Nos toca hacer una breve semblanza de
uno de esos hombres que supieron hilar la vida para la construcción de una
historia, de su propia historia biográfica, la de Luciano Maccaferri Poppi,
larga existencia nutricia levantada entre dos geografías lejanas que sin
embargo hicieron una sola en la juntura que hace el destino en las personas
cuando estas emigran de su lar natal en procura de otra vida más ajustada a sus
necesidades y a sus sueños, cuando es la riqueza de la vida interior lo que los
impulsa a realizar la aventura del viaje sin importar distancias y sin conocer
nada del nuevo lugar a que se llega como un alumbramiento o un descubrimiento
pudiéramos decir.
La diáspora enmantela al individuo y
lo lanza a la aventura. Le da fuerza al migrante para que con lágrimas
retenidas y el pecho compungido se lance a lo desconocido geográfico en procura
de otras posibilidades de vida. Una individualidad en procura de una nueva
historia para su vida. Despegado de sus ancestros, de su terrón de origen, del
entorno familiar. Luciano Maccaferri, había nacido en Ferraza, Itlalia, en
1925. Y ya con conocimiento de mundo por el estudio y la cultura, se desprendió
de su patria y vino a esta tierra tal vez desconocida en que poco a poco se fue
nutriendo de nueva ciudadanía. Es importante decir que no venía solo sino en
compañía de su joven esposa Wanda Martarello, que al igual que él se había
formado ya como profesional del arte musical, por lo que con tales bienes
profesionales venían a cumplir una función artística y pedagógica en una
pequeña ciudad de los andes venezolanos llamada Trujillo, de la que por
conocimientos previos establecidos en la periferia de un contrato suscrito
entre Luciano y la Banda “Sucre” del Estado, dirigida por el profesor Laudelino
Mejías.
Sabían ambos esposos que no venían a
arar en el mar, sino que hallarían una recepción o un estado social propicio a
sus proyectos sustentados en la pedagogía para la profesora Wanda y en la
ejecución bandística para el profesor Maccaferri, como efectivamente comenzó a
suceder con carácter de afirmación en aquellos lejanos años de inicios de la
década de los cincuenta, pues conocemos que Luciano llegó a Trujillo en enero
de 1951, contratado como clarinetista principal de la Banda Sucre.
Dice el doctor Valera Martínez sobre
la inteligencia del individuo: “El papel de las más destacadas personalidades
consiste en conocer profundamente el momento y el medio en que les toca actuar
y obtener de ese conocimiento las experiencias y ventajas convenientes para su
acción y para sus designios.” (Hoy: I.p 75) Maccaferri fue absorbido por la acción
cultural que se cumplía en Trujillo en ese tiempo. Su biografía comenzó a
nutrirse con rasgos de intelectualidad fundamentalmente; un poquito aislado tal
vez, subsumido en su propia intelectualidad aunque no por ello alejado de su
condición de miembro de la activa Colonia Italiana; pero él, al igual que otro
ciudadano itálico de ese tiempo, el Dr. Onofrio Papa se hicieron alejar del
tumulto social y comenzaron entonces a emprender cada quien su propia, acción
sociocultural que se las fue engrandeciendo el tiempo hasta el reconocimiento
trascendente. Podríamos agregar un tercer integrante a este pequeño grupo de
italianos que por aquella época trabajaron intelectualmente en Trujillo: el
profesor Domingo Garbin, director de la escuela de pintura del ateneo de
Trujillo; la mejor época de la enseñanza artística en la ciudad y cuidado si no
en todo el estado.
La Colonia Italiana de Trujillo, como
siempre activa y fecunda. Nada, ninguna otra institución tan asertiva y
comprometida con el quehacer musical que la Colonia Italiana. En cada pueblo o
latitud, la génesis histórica de la música regional tiene el sello italiano,
desde Monte Carmelo, pasando por Trujillo, Valera, Boconó y todo el resto de
nuestra geografía. En el siglo XIX: los italianos, y en salto secular, en la
contemporaneidad, los italianos nuevamente, activos muchos de ellos en el
desempeño eficaz de una novedosa pedagogía musical que tiene que nombrarse con
signos destacados cada vez que se escriba historia o crónica sobre esta faceta
del arte en nuestro estado.
Se emociona uno al rememorar aquel
lejano tiempo de hace más de sesenta años. La escuela primaria, los primeros
años, la profesora Wanda enseñando los primeros rudimentos del arte musical.
Qué pedagogía, qué acento didáctico el suyo. Yo todavía recuerdo en el
Carabobo. Y del maestro Luciano, en este caso no, porque él se diluía en el conjunto
de la Banda, que era una institución muy por encima de lo que podíamos captar
directamente. Pero estaba ahí en la primera fila de los clarinetes, cerca de
Laudelino Mejías y de Carreño y de Oscar Martínez. Luego, él integraría también
en primera fila el grupo de notables que fueron dando definición académica a la
música en Trujillo, y en otras partes del estado, principalmente en Valera por
la cercanía, y porque ahí en Valera había también grandes músicos extranjeros,
aunque ya eran venezolanos como él; italianos y españoles porque, a decir
verdad, aquella fue una generación de grandes músicos, unos venidos de Italia,
otros de España, hermanados con los venezolanos para hacer una sola bandera
multicolor, hermosa, sonora, vibrante como ha sido la historia de la música en
Trujillo.
Luciano Maccaferri poco a poco fue
siendo un nombre portentoso, respetable y reconocido. No en balde era un
maestro del academicismo. Se había formado en grandes conservatorios, por lo
que fue siempre capaz de demostrar con creces su arte: Armonía Principal;
Teoría y Solfeo; Historia y Estética de la Música, eran sus especialidades
académicas. A eso agregaba Piano Complementario, Literatura y Poética
Dramática. Cómo entonces no iba a ser efectiva su labor profesional en nuestras
escuelas de Música. Y en la Banda, fue escalando posiciones también, hasta la
dirección de la Banda de Conciertos “Laudelino Mejías”, entre 1975 y 1979. Y en
la Universidad, en el Núcleo Rafael Rangel fue Director Musical y Director
Coral. Ah, porque la música coral no escapó a su radio profesional. Fue
artífice principal en la existencia del Movimiento Coral del Estado, y su
nombre quedó gravitando en este movimiento para siempre en lo tangible y en lo
intangible, porque las grandes obras institucionales no mueren, permanecen
subyacentes en la historia como una memoria, como un acervo.
Maccaferri grande y Maccaferri
pequeño: grande en el académico que permanecía a nuestro lado. Recuerdo que yo
era corresponsal de la Voz de Alemania y de la Radio Nacional de Polonia (por
mi programa radial) y recibía música de última generación que la pasaba directamente
al profesor Maccaferri. A él le gustaba, se extasiaba con aquellas
composiciones polacas. Era sin duda un hombre culto. Pero era pequeño
Maccaferri, al fin y al cabo no era otra cosa que una persona humana. Y se reía
con nosotros y tenía un buen sentido del humor. Su voz, su modo de hablar tan
particularizado; fricatizaba la voz, a veces silibante, como susurrando, poco
entendible otras veces. Su voz dejaba ver que era un hombre con una gran
armonía interior. Y era pequeño para nosotros, por sus hijos, compañeros,
amigos: los de la calle, los del grupo Carabobo, los de la escuela de música,
los de la ciudad, los Maccaferri fueron como nosotros, se hicieron con nosotros
y están con nosotros en la biografía total de la trujillanidad.
Hoy, el tiempo que reconoce cuando hay
virtudes y obras, trae en este momento el nombre imperecedero de Luciano
Maccaferri. Lo vuelve a actualizar como una lección, lo hace visible y lo
enmarca delante de nosotros. Es la justicia del tiempo que no deja perecer a
los que supieron vivir. Es la sociedad moral que se junta en asamblea para
decir al unísono el nombre de quien supo hacerse una biografía positiva. Es la
vida en plenitud que alumbra en el tiempo por la trascendencia biográfica. Es
ese lugar ascendido al que miramos a veces para ver la eternidad del hombre
justo, hacedor de familia y ciudadanía en su posición de destino.
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